REORGANIZACIÓN ANTE CRECIENTE MERCADO
Así opera la industria del fentanilo en México

Foto: AFP

“Los grupos mexicanos entendieron que era su momento (…) el nearshoring llegó”. Cárlos Pérez Ricart y Arantxa Ibarrola escriben esta intersante frase en un reciente artículo sobre el fentanilo en la Revista de Ciencias Sociales de la Universidad de Uruguay. 

Titulado la “Transición hacia el fentanilo: cambios y continuidades en el mercado de drogas en México 2015-2022”, Pérez Ricart e Ibarrola centran su análisis en dimensionar cómo el crimen organizado está operando con la nueva realidad del fentanilo. Estiman los académicos mexicanos que se ha presentado una “tendencia hacia la reducción del tamaño y fragmentación de las organizaciones criminales”. También conciben que hay “una mayor profesionalización” y ven que se presenta una “desterritorialización y desvinculación de la sociedad, donde las organizaciones dejan de forman parte de las dinámicas de gobernanza comunitaria”. 

El fentanilo es una droga sintética que por su intensidad -es 50 veces más fuerte que la heroína- y letalidad –tan solo dos gramos causan un paro cardio respirotario- está cambiando radicalmente el panorama de la producción, comercio y distrubución del mercado de los estupefacientes en el mundo. México es el mayor productor. 

En 2021, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades calculó que aproximadamente 107.622 personas murieron de sobredosis, 94% más que en 2019, y las cifras de 2022, cerca de ser publicadas, tienden a ser mucho más alta. Son tantas las personas que fallecen a diario en Estados Unidos por el consumo de esta droga sintética -200 por día- que las autoridades norteamericanas han virado radicalmente su interés hacia ésta.

La escalada de muertes ha venido acompañada de un alza en la distribución de fentanilo en Estados Unidos. En años anteriores los consumidores norteamericanos pedían suministros a China a través de la dark web, un espacio en el Internet donde se encuentran todo tipo de bienes y servicios ilegales. La pandemia llegó y, en contados meses, los carteles mexicanos aprovecharon las oportundiades para monopolizar toda la cadena de producción del fentanilo.

Pequeñas y fragmentadas

El mercado de la amapola, la cocaína y la marihuana en México ha creado un modelo en el que grandes organizaciones criminales dominan sea alguna o todas las etapas de la producción, comercialización y distribución. El Cartel de Jalisco Nueva Generación, así como el de Sinaloa, han sido las dos más grandes estructuras del crimen organizado en tener presencia en todo México expandiéndose en la costa Pacífica de Colombia y Ecuador. 

No menos poderosos, pero sí más pequeños, otros grupos como Tijuana, Michoacán y los Leyva Beltrán también han participado activamente en el mercado.



Esa realidad operacional tan documentada en medios, televisión y series parece estar modificándose por causa del fentanilo. Según Peréz Ricart e Iberrola, “las organizaciones criminales que han migrado al mercado de fentanilo o que han hecho de este parte fundamental de su modelo de negocio suelen ser más pequeñas que sus predecesoras”. Se trata de grupos más compactos y dependientes de menos nodos para operar. Así, se rompe aquella idea sobre “carteles” u organizaciones criminales capaces de monopolizar la producción un narcótico.

Hoy, lejos de esa realidad, el crimen organizado mexicano está atomizado en grupos medianos que se encargan de alguna de las etapas de la cadena del fentanilo. International Crisis Group, una organización que estudia el crimen, estima que en 2020 aproximadamente en México existían unas 200 organizaciones dedicadas a producir y comercializar esta droga sintética, más del doble de las que habían identificado en 2010. 

En cambio, los proveedores de químicos sí están concentrados en unos pocos. Un informe del Centro Nacional de Inteligencia, de finales de 2022, dio cuenta de la concentración de químicos en manos de tres empresas legalmente constituidas, que abastecían de nitrógeno no proteíco, anilina, cloruro de propiolino y fenetilpiperidina al cartel de Sinaloa, como descubrió una investigación del periódico Milenio. 

Profesionalización y no gobernanza

Los tiempos de la alta demanda por cultivadores y recogedores de amapola y marihuana están cambiando. En México el fentanilo no necesita miles de trabajadores operados por el crimen organizado, sino pocos y bien formados especialistas para procesar los precursores químicos procedentes de China. Estos químicos desembarcan en los puertos de Lázaro Cárdenas (Michoacán) y Manzanillo y se destinan casi todos a los megalaboratorios de Sinaloa. 

En reportes de la DEA y otras organizaciones se da cuenta de que los grupos criminales están optando por buscar perfiles especializados en química farmacéutica e inscriben a sus miembros en carreras universitarias para aprender de química, dicen Pérez e Ibarrola. 

Según Amílca Méndez Salazar, periodista de Milenio, más de 1.071 megalaboratorios se han localizado en el estado de Sinaloa, lo que representa el 88%. ¿Son todos manejados por el cartel de Sinaloa? Por las sugerentes conclusiones de Pérez Ricart e Ibarrola, la respuesta es no, por la atomización de grupos involucrados en la cadena de producción. 

Ante esa nueva realidad, las organizaciones criminales tienen menos incentivos para ejercer control territorial y emplear la denominada gobernanza criminal, que consta del ejercicio del poder criminal controlando la justicia, los tributos y la vida social del territorio gobernado. Las dinámicas del fentanilo hacen que muchos grupos se abstengan de “gobernar”, no lo ven necesario. 

“La búsqueda por legitimidad social, una empresa constante para las redes de narcotráfico en Sinaloa y Guerrero, pasa a segundo plano y deja de ser fundamental”, dicen Pérez e Ibarrola. El crimen organizado necesita, más bien, trabajar en su núcleo de producción, profesionalizarlo y mejorar su capacidad productiva.

¿Es, entonces, una oportunidad para que los gobiernos locales ejerzan control ante el desinterés del crimen? ¿Disminuye la violencia con el fentanilo? ¿Cómo se reconfiguran las redes de corrupción estatal? ¿Qué circuitos dejan de ser importantes para su captura? ¿Cuáles adquieren preponderancia?, preguntan también los investigadores. 

Muchas otras preguntas surgen del mundo del fentanilo que los investigadores no abordan. Este ejercicio exploratario, sin embargo, muestra el dramático cambio que México está teniendo. Sus estructuras criminales se han atomizado, profesionalizado y carecen de un apego al territorio como antes. Hoy son más flexibles y pequeñas. Rastrearlas en esa medida se vuelve más difícil para los cuerpos de seguridad. 

Con toneladas de fentanilo produciéndose en los megalaboratorios de México, la era de las drogas sintéticas ya muestra dinámicas muy diferentes que, sin embargo, no indican, por ahora, que se haya reducido el apetito del mercado y sus proveedores por la cocaína y la amapola.