* Cuando la geopolítica apremia
* Los retos de una visión futurista
Una noticia de la mayor importancia para Colombia pasó relativamente desapercibida en estos días: la invitación a nuestro país a hacer parte los llamados BRICS. Es decir, la sigla de un grupo de naciones cuyas letras iniciales corresponden a Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica y que se catalogan como las economías emergentes a ocupar un lugar mundial preminente en los próximos años.
No es, pues, una convocatoria de poca monta, puesto que una citación de este tipo da a entender que, aparte de la espinosa polarización interna y la incidencia de aspectos económicos negativos temporales, la confianza en las instituciones colombianas y la vocación de futuro del país están llamadas a prevalecer. Y también demuestra que, a mediano y largo plazos, Colombia tiene condiciones favorables y características que permiten a los agentes y analistas internacionales del mayor nivel augurarle un sitio destacado en la esfera geopolítica.
En principio, la nación colombiana ha venido escalafonándose, durante los últimos tiempos, entre los países CIVET, al lado de Indonesia, Vietnam, Egipto y Turquía. Ahora, con la invitación a hacer parte de los BRICS, parecería que la percepción que se tiene de Colombia en el exterior tiene facetas adicionales y superiores. De hecho, como es sabido, este bloque de países supera colectivamente los índices económicos de las demás potencias mundiales agrupadas en diversas organizaciones. Lo cual quiere decir que, a través de la diversidad geográfica, se estaría buscando un mejor posicionamiento del bloque en el comercio internacional, así como ampliar la gama de bienes y servicios, inclusive pensando en instrumentos monetarios comunes, según puede desprenderse de la agenda a discutirse próximamente en Johannesburgo.
De otra parte, los BRICS son conocidos, no sólo por la dimensión de su PIB, sino por su importancia geoestratégica, la riqueza de sus recursos naturales y energéticos, la extensión de su territorio, el número de habitantes y el crecimiento económico sostenido. En ese sentido, claro está, Colombia es el territorio de menor tamaño y población, pero igualmente, y no sin ciertas similitudes con África del Sur, se trata de la única nación hispanoamericana en el bloque. Incluso nuestro país tendría condiciones diferenciales de primer orden: es la democracia más antigua del grupo y goza, con Indonesia y Brasil, de la mayor biodiversidad por kilómetro cuadrado en el mundo.
Por otro lado, hay que registrar que nuestro principal socio comercial es Estados Unidos (bajo el TLC respectivo) y luego viene China. En tal vía, resulta lógico deducir que el desenvolvimiento económico internacional del país tendría que acompasar esas realidades, sacando el mejor provecho de una diplomacia atinada y moderna, siempre resguardando los altos intereses nacionales y su trayectoria democrática, además sin desconocer las alianzas plausibles de vieja data. Asimismo, no hay que olvidar que los colombianos pertenecemos a la OCDE, lo cual nos compromete a nivel de las naciones industrializadas a seguir buscando las mejores prácticas gubernamentales y a trascender nuestros precarios índices en ciertas materias, como la educación. Al igual que no sobra recordar, para nada, que Colombia fue artífice mundial de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y que, por tanto, trazarían el pensamiento y la ruta de conducta colombiana en los BRICS.
Esto para señalar que nuestro país, durante los últimos lustros, ha venido armando un modelo económico, comercial y diplomático que contiene alcances geopolíticos fundamentales. Que es, por lo demás, el tablero de ajedrez en que actualmente se está jugando el futuro del planeta. Mantener un escenario tendiente al mejor posicionamiento posible parecería, por ende, un imperativo categórico. De modo que es a partir de esta noción como se pueden adelantar políticas de Estado que impliquen salir de la manía existente de mirar exclusivamente a nuestro propio ombligo. Pero además empinándose y logrando una perspectiva de más calado a la lupa inmediatista rutinaria.
Así, sería pues indispensable también que el país haga un esfuerzo bastante mayor para darle curso a sus posibilidades a la vista. No ha sido factible, por ejemplo, hacer del desarrollo de la altillanura, un propósito nacional, concertado y equilibrado ambientalmente, que nos pondría a la vanguardia de la oferta alimentaria mundial y podría suplir necesidades de los BRICS. El ideologismo lo impide. Al igual que, verbigracia, se habla mucho de transición energética, pero se permanece al margen de la competencia orbital por conseguir lo que antes parecían minerales oscuros y hoy son impostergables en la nueva era electrónica y digital: litio, tungsteno, columbita y tantos otros de carácter estratégico. Mucho menos, claro, pensar en participar de un reto planetario superlativo, como la fabricación de microchips.
Es en estos aspectos donde el país parecería aferrarse a una mentalidad “premoderna”. Entrar a los BRICS es una buena noticia, siempre y cuando ello suponga una verdadera visión futurista.
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