*Ausencias, datos y avemarías ajenas
*Oportunidad perdida para el “cambio”
En medio del frío en el Puente de Boyacá el Gobierno celebró ayer un año al mando del país. Para ello, una y otra vez trajo a cuento la consigna del “cambio”, tanto en el discurso presidencial al igual que en las proclamas y comunicados previos del gabinete (con el piano de Nicolás Petro encima).
Lo del “cambio” era, por supuesto, de esperarse desde que el estratega palaciego, el español Antoni Gutiérrez-Rubí, ordenó modificar las consignas propagandísticas en el primer cónclave de Hatogrande, hace un tiempo. Y así ha venido ocurriendo, tanto en cabeza del primer mandatario como por cuenta de cualquier auxiliar secundario, buscando alguna sintonía popular. Conexión que, sin embargo, no cala, a juzgar por el desierto de los “balconazos” y el ambiente solitario y desconcertante en la Casa de Nariño, según las infidencias de uno de tantos ministros salientes en estos doce meses.
En principio, fueron dos los puntos sobresalientes por su ausencia. De una parte, al cumplirse un año de posesión la espada del Libertador no fue la protagonista, cuando la batalla que se dio en ese territorio fue precisamente la que permitió el no retorno de la causa independentista; indujo al retiro de Morillo; viabilizó el camino al derecho de gentes; cambió el eje de la guerra y abrió las compuertas de Carabobo a Ayacucho. De suyo, es sabido que el mismo Morillo, en sus informes a la Península, dio por descontada, hacia adelante, la victoria de las tropas libertadoras de Bogotá a Lima. Tampoco fue mencionado el simbólico e incorruptible campesino preadolescente, Pedro Pascasio, quien como también se sabe fue el héroe que no se dejó comprar por Barreiro y lo entregó a las fuerzas libertarias.
Por otro lado, nada se produjo, sería en razón de las telúricas circunstancias políticas, del muy anunciado cambio ministerial. De modo que los integrantes del gabinete que aparentemente estaban en ascuas pueden darse por ratificados, salvo que se esté buscando un momento más adecuado para el procedimiento y se produzca el ajuste con las cuotas de los partidos que acaso crean que, aún y con todo, todavía es factible el ensamblaje burocrático y clientelista de una nueva coalición, y se crea viable el acuerdo nacional tantas veces propuesto.
Bajo esa perspectiva, lo que sí permaneció incólume en el orden del día fue la constante y erudita entonación ventijuliera del lema publicitario prevalente (cambio) con los aditamentos de la demagogia divisionista habitual. Nada nuevo en lontananza, podría decirse, si no es porque un exceso de voluntarismo con las cifras, siendo benevolentes, y ciertas avemarías ajenas fueron las notas primordiales. Bastaría, a los efectos, revisar la palmaria contradicción entre muchos de los datos oficiales, en diversas materias clave, con lo sostenido en el discurso presidencial. Y todavía menos razonable es haber traído ejecutorias de otros como si hubiesen sido de única y exclusiva órbita del gobierno actual.
Bien es sabido, por ejemplo, que el último pleito con Nicaragua se ganó, por fortuna, gracias a una política de Estado de vieja data. Igualmente, es de rigor decir, con todas las letras, que el eventual éxito de la política antiinflacionaria procede de un organismo independiente, como el Banco de la República. Y no menos hay que añadir que la disminución del desempleo se debe, en buena parte, al empresariado colombiano que, aún en situación económica tan adversa, ha mantenido las nóminas, incluso sin política de empleo a la vista y gracias, también, a la corriente propia de la economía colombiana. Como también es cuando menos una inelegancia ‒por no usar otros términos‒, haber acusado al gobierno anterior de haberse endeudado (además, en mucho menor margen de los umbrales y ofertas de crédito a la mano) para enfrentar la pandemia, en lo que Colombia fue exitosa en algunos aspectos relevantes. Ni que decir que desde hace tiempo el país tiene una de las matrices energéticas más limpias del mundo, de modo que la transición puede y debe hacerse sin tanto escándalo.
Es natural, desde luego, que el gobierno intente pasar factura política en lo que considera sus logros e incluso, como se ha vuelto costumbre en todas las administraciones, los califique de históricos, aun viniendo de políticas previas como la renta básica. Pero, asimismo, con los pies en la tierra, pudo haber servido este discurso al menos para llamar la atención a los ministros sobre tan baja ejecución presupuestal (histórica) y enderezar el camino de tantas improvisaciones y cortocircuitos en la política de paz, en las reformas y, en general, a lo largo y ancho de la administración pública. Lástima que se hubiera perdido la oportunidad (…), en procura del verdadero cambio.
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