Portazo en Brasil

*Sensibilidad de la cuenca amazónica

*Reprimendas, mal camino para los acuerdos

 

La hoja de ruta para preservar la Amazonía ha sido una de las prioridades de las últimas dos décadas en los países de la zona, no solo por la necesidad imperiosa de proteger el principal nodo ecosistémico del planeta, que entre 1985 y 2021 perdió el 17% de su cobertura vegetal, sino ante la alerta mundial por los efectos lesivos del cambio climático. Pero también hay que decir que muy pocas veces se llega a resultados concretos, en las cumbres citadas al respecto, puesto que son muy diferentes los criterios que cada nación de la cuenca amazónica tiene sobre cómo enfrentar los retos en torno a la biodiversidad, la exploración y explotación minero-energética y mucho menos llegar a conclusión de algún tipo frente, por ejemplo, a la investigación y comercialización de los recursos genéticos (especialmente en el amplio campo de la medicina).

En todo caso, Colombia, al ser uno de los países con más jurisdicción territorial sobre la denominada Amazonía profunda, es decir, una amplia extensión del territorio que se mantiene en su estado original, suele ser protagonista de esos cónclaves, en particular durante los últimos lustros. En efecto, durante los mandatos de Juan Manuel Santos el país lideró, como es bien sabido, la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), entre los que el cuidado integral y multidisciplinario de la cuenca amazónica es tema central, como también, entre muchas otras medidas en la materia, se estableció el Parque Nacional Chiribiquete, no solo como el área protegida de mayor tamaño en el país (más de dos millones de hectáreas), sino que se convirtió en símbolo de los países amazónicos. Y del mismo modo, en la administración Duque se firmó el Pacto de Leticia, la ampliación de zonas de reserva natural en el suroriente y la firma de múltiples convenios para financiar la salvaguarda de la cuenca y su preservación como principal sumidero de CO2 en el planeta, con el fin de atacar el cambio climático y enfrentar la acción de los gases de efecto invernadero.

En el mismo sentido, desde hace ya bastante tiempo Colombia ha venido haciendo propuestas de financiación mundial para preservar la Amazonía. De hecho, lo que ha venido proponiendo el actual jefe de Estado, Gustavo Petro, en cuanto a condonaciones de deuda externa para dedicar esos recursos al amparo de la cuenca, se ubica en aquella línea de exigir de la comunidad internacional un mayor aporte económico para preservar el “pulmón del mundo”. De este modo, la colaboración internacional, la disminución de deuda externa a los países amazónicos, un tribunal de justicia trasnacional, el relanzamiento de la Organización de Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), así como la posibilidad de un tratado militar subregional o un centro multilateral de investigación científica de la selva, son temas que ha planteado Petro en varios escenarios. El problema, sin embargo, radica cuando las ideas vienen acompañadas de veladas reprimendas al vecindario, tildando a los países amazónicos de “negacionistas” del cambio climático y de no comprometerse en asuntos que, como la moratoria en la exploración petrolera, no se atienen a los requerimientos ni a las necesidades de las naciones hermanas.

Por eso, nuestro país recibió ayer prácticamente un portazo, en la Cumbre de Belém do Para, cuando Brasil, en la misma dirección que había dicho Lula hace unos meses, se opuso irrestrictamente, a través del presidente de Petrobras, Jean Paul Prates, a avanzar en modo alguno en esa trayectoria. De hecho, sostuvo que una propuesta de esa índole ni siquiera tiene consenso en Colombia, mucho menos la fuerza y la capacidad de comprometer a los países vecinos. Incluso aludió a estudios de universidades colombianas según los cuales una conducta en esa vía provocaría una contracción de más de tres puntos del PIB y se opuso a la suspensión de la concesión de licencias para explorar petróleo y gas.

En ese orden de ideas, es evidente que, si bien se lograron puntos de acuerdo en la extensa carta de navegación convenida, algunos de los cuales deben exaltarse, falta todavía mucho trecho para llegar a convenios como los pretendidos por el Gobierno colombiano, mucho menos con base en el conocido expediente de las reprimendas, salidas de todo contexto. Y peor si bajo esa conducta se cree que puedan conseguirse puntos de encuentro y afianzar la concertación amazónica ni en Colombia ni en el suyo, con menos margen en el exterior.

La Declaración de Belém, firmada ayer por los ocho países que hacen parte de la OCTA, aunque pone énfasis en enfrentar la deforestación, es por otra parte poco ambiciosa y muy gaseosa. Asimismo, aunque hay una suma de voluntades de los gobiernos de la cuenca para llevar una sola postura a la COP28, que se realizará en diciembre en Emiratos Árabes Unidos, es claro que se está lejos de un pacto multinacional de mayor calado.