El asesinato de Villavicencio

*Salvar la democracia hermana

*“Plan Colombia” para Ecuador

 

La dramática situación que vive Ecuador después del asesinato perpetrado anteayer del prácticamente indefenso candidato de derecha, Fernando Villavicencio, de 59 años, a la salida de un mitin electoral en un colegio del centro de Quito, pone de presente la inviabilidad como nación que pretenden instaurar las poderosas bandas criminales del país hermano. No se trata, pues, de adquirir ningún estatus político o de transar leyes de sometimiento, sino, aún más allá, de doblegar la institucionalidad ecuatoriana y reducir la justa presidencial al tamaño de su inverecunda voluntad criminal.

Como estaban las cosas, el periodista y exparlamentario Villavicencio, educado en Colombia, avanzaba con éxito en sus posibilidades de calificar a la segunda vuelta en las elecciones de los próximos días, a juzgar por las encuestas, y luego competir por el tiquete presidencial en el balotaje de octubre contra los agentes políticos del prófugo expresidente Rafael Correa. En ese escenario, las balas asesinas tomaron la delantera para sacarlo de la jornada democrática, tras la anticipación electoral decretada por el mandatario en ejercicio Guillermo Lasso, y producir uno de los episodios más trágicos en la historia reciente de este pequeño, pero emblemático país de la América septentrional.

Incluso, ya hace unos días Ecuador había visto caer al alcalde de Manta y ocho personas más mientras se han vuelto rutinarias las crudas matanzas, al interior de las cárceles, entre las facciones delincuenciales. Todo lo cual ha llevado a la declaratoria de emergencia nacional y al uso de las leyes marciales, fruto de las pretensiones desestabilizadoras generalizadas que sacuden al territorio, con mayor rigor desde la pandemia, y que hoy parecería tierra conquistada sin remedio por los clanes internos en conexión con los mexicanos y sus brazos colombianos, en especial a cuenta de su dominio casi libérrimo de la costa colombo-ecuatoriana sobre el Pacífico y el trámite expeditivo hacia las aguas de la nación centroamericana.

Por lo demás, Villavicencio era también conocido en nuestro país por sus recientes denuncias sobre vínculos existentes entre sectores parlamentarios del llamado “correísmo” y Nicolás Petro, hijo del presidente colombiano y actualmente en negociaciones con la Fiscalía a raíz de las violaciones de ley que el primogénito ha dicho se cometieron en la campaña presidencial que llevó a su padre al poder. Asimismo, el inmolado candidato ecuatoriano tenía, por decirlo así, un talante similar al del fiscal paraguayo Marcelo Pecci, hace no mucho asesinado en Cartagena bajo la misma mentalidad criminal que recorre a la América Latina, para no recordar de idéntica manera lo ocurrido con los mercenarios colombianos en Haití, un par de años atrás, sobre cómo se despliegan los tentáculos de la criminalidad en el continente.

En todo caso, con el magnicidio de anteayer se cumple por desgracia un trágico designio histórico, puesto que, de otra parte y a no dudarlo, a Villavicencio habrá de recordársele como el Luis Carlos Galán ecuatoriano, según desde ya se hace la comparación reiterativa, tanto en virtud de sus resonantes denuncias, en especial durante la época de Correa y ahora frente a sus herederos políticos, como por las constantes amenazas de muerte hasta el último día de su vida. La diferencia tal vez consistiría en que una de las tantas facciones criminales asociadas al tráfico de estupefacientes y la aguda minería criminal se adjudicó el crimen casi de inmediato (aunque rectificándose en confusas circunstancias), dando a entender que nada habrá de ocurrirles judicialmente mientras pretenden ser los héroes del olimpo delictivo y cobrar un liderato impune.

Al mismo tiempo, sería un desaguisado conceptual señalar simplemente, como lo hizo Correa desde Bélgica, que Ecuador es un “Estado fallido”, parafraseando el perverso epíteto con que se llegó a conocer a Colombia hace varias décadas y con lo que solo busca sacar réditos políticos inmediatos aún a costa de su país, adquiriendo un falso tono mesiánico. Pero más bien la nación ecuatoriana es solo el espejo de lo que está sucediendo en otras partes, convirtiéndose en la plataforma territorial y uno los enclaves predilectos de la gigantesca empresa criminal que hace ya lustros proviene de México, como un concierto multinacional para delinquir; tiene otra tenaza autónoma en Brasil; mantiene a Venezuela de punta de lanza y trasciende a Estados Unidos, Europa, Japón y Australia.

A decir verdad, ese calificativo de “Estado fallido” sobre nuestro país, entre otras, adoptado en los estudios sobre la democracia en el mundo de la Corporación Rand, sirvió en parte para lograr entonces el Plan Colombia, cuando hace décadas la nación evitó el colapso. Es lo que hoy se necesita y con urgencia: un Plan Ecuador. Hacer, por parte de los Estados Unidos, oídos sordos en la materia y solo enfocarse en la guerra de Ucrania sería hoy un error colosal.