Se atribuye a un destacado estudioso de la política internacional y practicante de la diplomacia -admirado por unos, denostado por otros, pero en cualquier caso imprescindible- la siguiente afirmación: “Todo lo que sé sobre asuntos internacionales lo he aprendido, o en los libros de historia o en los periódicos”. Poco importa que sea cierta o no la atribución: tal afirmación es incontestable. La comprensión del pasado y el análisis del presente constituyen el único laboratorio fiable para el estudio de las relaciones internacionales. Lo demás es una mera distracción, una ludificación entretenida, pero inane.
Si la situación ecuatoriana constituye un laboratorio del riesgo político en América Latina -como se advertía con preocupación en esta columna el pasado domingo-, la cumbre de los BRICS en Johannesburgo, que empieza mañana, es un auténtico laboratorio geopolítico y diplomático: un tubo de ensayo en que la mezcla de distintas sustancias, sometidas a diversos catalizadores, bajo ciertas condiciones ambientales, permitirán identificar algunas reacciones cuya atenta observación pondrá en evidencia algunas de las fuerzas que configuran el mundo de hoy.
Más allá de la marca, los BRICS no son sino una amalgama de partículas elementales que poco o nada tienen en común, salvo el hecho de atribuirse una representatividad, una vocería -alternativa, antihegemónica, multipolar-, y una convergencia que difícilmente pasan la prueba de la realidad. Por un lado, sus miembros sólo se representan a sí mismos. Por otro, su presunta vocería está llena de disonancias. Y finalmente, su convergencia no es más que una delgada capa superficial bajo la cual subyacen importantes divergencias.
A la cita no acudirá el presidente ruso, por cuenta de la orden de detención emitida contra él por la Corte Penal Internacional -que los anfitriones, que son parte en el Estatuto de Roma, han preferido prudentemente no desafiar-. Habrá que ver cuántos de los más de 60 líderes invitados de otras regiones del mundo se apersonan, y qué resulta de su comparecencia. Uno de los temas principales en la agenda será la relación BRICS-África. Ya se sabe cómo le salió a Putin su reciente encuentro con los africanos en San Petersburgo, y vaya uno a saber que impacto tendrán en Johannesburgo la coyuntura nigerina y el riesgo alimentario que pende sobre el continente como consecuencia de la recalcitrante posición rusa en cuanto al acuerdo para facilitar el comercio del grano ucraniano.
Más de 40 Estados han solicitado unirse al club, pero entre los socios hay todo menos consenso: la ampliación suena a música para los chinos, rusos y surafricanos -pero a cada uno, una música distinta-; mientras los brasileros miran la cuestión escépticos y los indios, indecisos. A buen entendedor, pocas palabras.
Hablarán también de su Nuevo Banco de Desarrollo, creado en 2015, que sigue sin hallar un lugar y un papel en el mundo. No hablarán, sin embargo, de la cacareada idea de adoptar una moneda común. Una idea que el propio creador del acrónimo calificó, sin concesión alguna, de “ridícula”.
¿Para qué laboratorios o simulaciones, si se puede ver, en vivo y en directo, con los protagonistas reales, lo que pasa en Johannesburgo?
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales
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