El mensaje del expresidente Betancur al presidente del Directorio Nacional Conservador es sobrio y elegante. El imperativo categórico, que lo induce al Sí por el plebiscito sobre los Acuerdos de La Habana, surge de la historia del Conservatismo Colombiano que, en parte, es su propia historia. Fue Belisario Betancur el primero de los estadistas contemporáneos que nos enseñó que había respuestas a la subversión distintas a la confrontación armada. Empezó el diálogo con el M19 y logró un cese al fuego con las Farc. Era la búsqueda de la paz que, desde entonces, han intentado todos los Presidentes de Colombia.
La elegancia del texto es especialmente aleccionadora en estos momentos de exagerada crispación entre los partidarios del Sí y del No. Hay gritos en lugar de argumentos; hay retos en lugar de raciocinios; hay simplismos en lugar de silogismos, y hay improvisación irresponsable ante un tema de tanta trascendencia como lo es el fin del conflicto con las Farc. En el Acuerdo final y definitivo, ya firmado y divulgado, no hay cartas debajo de la mesa, como se especula sin fundamento. Y debe leerse cuidadosamente antes de decidir. La retórica vacua y los sofismas no son bienvenidos en este decisivo escenario democrático. Se requieren explicaciones minuciosas del Gobierno, y a todos los niveles sociales. Se requieren muchas más explicaciones de quienes afirman que votando por él no se llega a una paz segura y confiable. Es este un razonamiento contraevidente dada la realidad colombiana e implica un riesgo inmenso para el devenir nacional. Se hace, pues, necesario que el debate se adelante con más razón que pasión. Resulta fácil proponer la utopía de una paz-sanción. Personalmente prefiero una paz-solución que le abra a las nuevas generaciones las oportunidades y la tranquilidad que nunca hemos gozado en nuestra generación, como ha dicho el Presidente Santos.
Repartir las papeletas para el plebiscito de 1957 fue mi primera tarea política. En el Carmen de Bolívar escuché los discursos de Darío Echandía y Carlos Lleras Restrepo ante una plaza llena de banderas rojas y azules. Pocos días después la radio transmitió la voz majestuosa de Laureano llamando a la conciliación y una soberbia intervención de Gilberto Alzate, quien se oponía al llamado a las urnas. El patriotismo y la inteligencia campeaban en todas las toldas. Nunca más se ha visto esa total identificación ciudadana con los conductores de la nación. Y se logró, para siempre, la paz entre los partidos. Tales recuerdos debieran inspirar a los dirigentes de hoy. Estos días tendrán tanta relevancia histórica como los de entonces.
Ese es el espíritu que trasmite el mensaje de Belisario Betancur. Por eso ejerce un indudable magisterio ético. Se atribuye su retiro de las lides partidistas a los hechos luctuosos del Palacio de Justicia y a la avalancha que sepultó a Armero. Claro, quedó herido en el hondón del alma, como él mismo diría. Pero su alejamiento de la contienda fue una decisión tomada antes de ser elegido Presidente de Colombia: “Me retiraré del escenario, quiero ser como un abuelo de la cultura colombiana”, le escuché decir en el vivac de su campaña victoriosa.
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