Los griegos lo pensaron todo, acostumbraba a decir un viejo y culto amigo. Habría que agregarle… hasta los juegos olímpicos. A su origen, en la ciudad de Olimpia 776ac, se debe que la ceremonia de inauguración se inicie con el desfile de la delegación de Grecia. En Olimpia competían los deportistas de las distintas regiones de La Helade y los vencedores eran declarados héroes. A su regreso a la ciudad natal atravesaban un espacio abierto en la muralla, que a su paso se cerraba para que nunca se escapara la diosa de la victoria. Durante las justas se declaraba la tregua sagrada, que suspendía todos los enfrentamientos. Desde entonces los juegos olímpicos son momentos de paz y armonía.
Siglos después, el Barón de Coubertin constituyó el Comité Olímpico que convocó a los primeros juegos de nuestro tiempo en la ciudad de Atenas (1896). Fue una labor pionera del llamado Barón del deporte, a cuyo tesón se debe que cada cuatro años (con pocas interrupciones) el mundo contemple admirado la deportiva rivalidad de los atletas que portan orgullosos la enseña de su patria.
La ceremonia inaugural de la XXXI olimpiada en la imponente e intrépida Río de Janeiro estremeció el alma de los millones que la vieron en todos los continentes. Fue un homenaje original e inteligente al Brasil profundo de ayer, hoy y mañana. Sin pretender la fastuosidad de los precedentes, los creadores del mensaje se centraron en el discurrir de sus tiempos, en la historia propia de esa tierra extensa, hermosa y plena de futuro que es el coloso de Sudamérica. Fue, también, una protesta contra la marginalidad y las diferencias sociales. ¡Nunca más cien años de soledad!: era el grito de América Latina que retumbaba en los tambores de la madre África. Vimos la laboriosidad aborigen en la selva paradisiaca, la llegada de los conquistadores portugueses, los navíos negreros y el comienzo de la esclavitud. La geometría del urbanismo aparece con su velocidad incontenible y dura que se contrarresta con el orgullo que surge de la favela carioca. Y se oye la música propia de ese entorno de magia y dolor. Antes, pasa hacia el mar La Garota de Ipanema al son de Vinicio: “mira que cosa más linda… es esa chiquilla que viene y que pasa”…
Salta, luego, Christian y sus piernas son tan rápidas como los palillos de la batería. Es el “passinho” en todo su furor, es la música de la favela de hoy que en la voz de Ludnilla declara que solo quiere vivir allí, donde nació. Todo fue música, zamba, pasión y amor por el Brasil que es, por ese “sueño vivo” que se siente. Era como el torrente impetuoso del Amazonas milenario. Al final del desfile cada atleta de cada nación sembró una semilla de entre las miles especies que da la selva. Estaban sembrando el “Bosque de los Atletas”, el oxígeno, el futuro del hombre sobre la tierra. Tanta hermandad, belleza y alegría hizo exclamar al Presidente del Comité Olímpico brasilero: “o melhor lugar do mundo é este, aquí e gora”.
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