Después de la sentencia de la Corte Constitucional sobre la ley del plebiscito sorprende la continuidad de conductas que contravienen contenidos de la decisión de ese Tribunal.
Todo este ejercicio legislativo y jurídico se ha realizado a pesar de que nadie conoce el texto del acuerdo que habrá de someterse a refrendación, ni la fecha de su realización, ni las reglas sobre financiación de las campañas por el sí o por el no, ni la reposición por los votos, ni los topes máximos de gastos permitidos. Esas incógnitas no fueron óbice para que se alborotara el escenario político y aflorarán iniciativas abiertamente contradictorias con el trabajo jurisprudencial de la Corte.
A pesar de que la Corte dejó claro que el plebiscito es instrumento para decidir, no sobre la paz o la guerra, sino sobre el contenido del acuerdo de La Habana, y que no debe ser mecanismo de promoción de los partidos o movimientos políticos, o de favorecimiento a candidaturas a cargos de elección popular, se ha recrudecido la millonaria campaña “ #Sialapaz” y pretendido convertirla, bajo la tutela de César Gaviria, en una menguada “paz liberal” que sólo convocó a la izquierda, a Marcha Patriótica, al Congreso de los Pueblos y a otras organizaciones del mismo talante. Se convirtió al plebiscito en causa partidista, cuyo resultado obliga solamente al presidente, convirtiéndolo en juicio sobre la gestión del mandatario y en señal de partida de la competencia por la presidencia. Esa metamorfosis, provocada por el Ejecutivo y el liberalismo, encierra nuevas inquietudes y exigencias para los partidos y sus aspirantes a la primera magistratura. Ello explica el porqué cada colectividad prefirió marcar su respectivo territorio y afirmar su independencia, en vez de servir de acólito del expresidente liberal. Tienen claro que el resultado entre el sí y el no no afectará la consecución de la paz, sino su sostenibilidad, que se vería fortalecida con el perfeccionamiento de algunos puntos sensibles de lo provisionalmente convenido, e igualmente tienen conciencia que determinará la viabilidad de sus candidaturas presidenciales.
No habrá competidor para De la Calle, ni en el uribismo, indeciso entre el candidato del pasado y el prospecto del futuro, ni entre los partidarios del sí, a menos que Vargas Lleras se ubique en terreno hostil. Pero, como Enrique IV, puede decir que “París bien vale una misa”. En cambio esa sería manifestación impropia para los conservadores si pretenden conducir los destinos de Colombia. De hacerlo, tendrían que sumarse a la paz imperfecta y en ese altar de apostasía sacrificar su opción de poder.
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