EN LA DÉCADA de los 70 del siglo pasado, cuando Saker Nusseibeh vivía en Israel en medio de guerras con las naciones vecinas, los empresarios de su país y de otros lados solían evaluar los riesgos políticos para tomar decisiones estratégicas. Con la caída del Muro de Berlín esta práctica, de un momento a otro, fue quedando en un segundo plano. “La globalización trajo consigo el entrelazamiento de las economías y el fin de la geopolítica que afectaba a las inversiones”, escribe Nusseibeih en el Financial Times.
Titulado “Today’s investor don’t understand the impact of geopolitics” (Los inversionistas de hoy no entienden el impacto de la geopolítica), el interesante artículo de Nusseibeh, CFO de la gestora de inversiones Federated Hermes, cuenta los pormenores del desinterés de los empresarios por la geopolítica y coincide también con la reciente encuesta de Global Risk Survey, de la consultora Oxford Economics, en que el mundo de las inversiones contemporáneas es ilegible sin una óptica de los riesgos políticos.
“Así comenzó, hace casi 30 años, la creencia generalizada de que la globalización representaba el entrelazamiento de las economías regionales y el fin de la geopolítica que afectaba a las inversiones, excepto en las economías en desarrollo marginales”, dice el inversionista. “Como resultado, muchos inversores habían olvidado, en mi opinión, lo importante que puede ser la geopolítica a la hora de tomar decisiones de inversión”, agrega.
Orígenes del desinterés
La geopolítica, dice Nusseibeih, pasó a un segundo plano por una variedad de razones, desde el interés de los inversionistas en evaluar exclusivamente las condiciones macroeconómicas y fiscales de los países como elemento base y casi que único para tomar una decisión, hasta un exceso de confianza en el orden internacional liberal que se constituyó luego del colapso de la Unión Soviética y la inserción de China en el comercio internacional, con su entrada a la Organización Mundial del Comercio (2003).
“En primer lugar, la euforia que siguió al colapso de la Unión Soviética convenció erróneamente a muchos de que habíamos entrado en una era de política democrática en todo el mundo”, escribe el inversionista en el FT.
La democratización como una aspiración global que se expandía por todo el mundo vino acompañada del intercambio de bienes y servicios a nivel global ‒la globalización‒ lo que traería un nivel de interdependencia alto y amistoso que dejaría a un lado las valoraciones políticas, como la identidad nacional, las políticas de defensa y seguridad, y la historia de los países. “Creció la idea de que esta interconexión conduciría al fin de los conflictos entre naciones, y las dificultades geopolíticas ya no repercutirían en el panorama económico”, dice Nusseibeih.
¿En qué mundo estamos? Un vistazo al escenario contemporáneo permite sugerir que las inferencias hechas a comienzo de la década de los 90 están siendo fuertemente cuestionadas.
Rusia, por ejemplo, ha mostrado que detrás de un crecimiento económico bueno ‒con alta inflación‒ existen valores culturales, históricos y geopolíticos que han llevado a un líder como Vladímir Putin a invadir Ucrania, una acción que va más allá de la siempre fácil respuesta de que las potencias se mueven militarmente para “buscar petróleo”, y que demuestra que el nacionalismo y la religión, así como los valores culturales, juegan un rol central en explicar el expansionismo ruso, no la inflación o el déficit.
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El caso de China puede mostrar con menor claridad este fenómeno. Por tres décadas Pekín ha mostrado que su expansionismo es, ante todo, comercial a través de redes de intercambio de bienes como la Ruta de la Seda y el comercio con países emergentes, así como el acceso a deuda de estos a través de la banca de la potencia asiática. La economía, para un inversionista, parece ser el elemento central para evaluar en este caso. Los inversionistas, sin embargo, creen otra cosa.
Principales riesgos políticos
En su última encuesta, titulada Global Risk Survey, la consultora Oxford Economics dice que, entre múltiples amenazas, el riesgo político es el tema que más preocupa a los gerentes, ejecutivos y managers en el mundo a la hora de hacer negocios, convirtiéndose en la mayor preocupación por encima de la inflación, la política monetaria de los países o los problemas en las cadenas de suministro, así como el cambio climático o una potencial pandemia.
Lanzado a comienzos de agosto, este reporte dice que “el principal riesgo percibido a corto plazo son ahora las tensiones geopolíticas, por ejemplo, en relación con Taiwán, Corea y Rusia-OTAN. Este riesgo es citado por el 36% de las empresas”. Los empresarios ven que un potencial conflicto entre las potencias aliadas de occidente ‒Taiwán y Corea del Sur‒ con China, y la muy segura intervención de Estados Unidos, es cada vez más probable, trayendo consigo enormes consecuencias para el ambiente de los negocios.
Con esta lectura coincide Nusseibeih en el Financial Times, quien identifica particularmente “la reciente medida de China de restringir las exportaciones de dos metales clave utilizados para la fabricación de chips, debido a su disputa comercial con EE. UU., nos recuerda que la economía es una extensión de la política por otros medios”.
Igualmente, un reporte de la consultora McKinsey, para evaluar el riesgo geopolítico, sostiene que “la recuperación de la economía de China se está desacelerando, y su potencial como influencia global positiva está disminuyendo”. Entre muchas cosas, esta interpretación lleva a preguntarse hasta qué punto las tensiones en extremo Oriente se derivan de las condiciones económicas de China o, por el contrario, son consecuencia del nacionalismo cultural e histórico que predica Xi Jinping.
Lejos de saberlo, lo cierto es que analistas, académicos e inversionistas coinciden cada vez más en que es inevitable tener un conocimiento geopolítico para invertir estratégicamente y entender que el mundo de hoy, que es un multipolar, policrítico y menos globalizado, está cambiando rápidamente.
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