Se ha vuelto recurrente en el país especular sobre la salud del presidente Gustavo Petro. Tal vez sea porque asocian su rutinaria impuntualidad, no con una actitud del todo caprichosa, sino con episodios depresivos o melancólicos que le impedirían cumplir a cabalidad con la agenda a raíz de las afectaciones intermitentes y comunes a patologías de este tipo.
Incluso la excandidata presidencial, Ingrid Betancourt, dejó entrever algo en la materia durante la campaña de 2022, luego de haber sido testigo presencial en Bélgica, hace unas décadas, de un episodio de esta índole. De hecho, el mismo Petro sostiene en su Autobiografía que, en su estancia en Bruselas como adscrito a la embajada fruto de las amenazas de muerte a desmovilizados del M-19, “la soledad me golpeó… Recorría la ciudad en silencio, envuelto en una profunda soledad… Con el tiempo, sin embargo, comencé a dejar a un lado esa soledad, que hoy podría llamarse una depresión”.
Recordando esa época también sostiene que “exploré incluso el consumo de algunas drogas, la experimentación con las sensaciones, el viaje hacia el interior, hacia lo profundo, desligado de los nexos de la sociedad, de mi propia lucha y vocación; trataba de explorar los nuevos rincones de una geografía interna… La soledad me llevaba a una exploración profunda, que se volvió, además intelectual”.
Por su lado, dicen otros, la misteriosa situación del jefe de Estado podría deberse, más que a una depresión, a no estar en condiciones óptimas para enfrentar, en ciertas circunstancias, la pesada carga que conlleva su cargo. Y sostienen que el asunto radica en su estilo de vida. Lo cual, insisten, es fácilmente deducible de las conversaciones publicadas entre sus manos derechas judicializadas, Laura Sarabia y Armando Benedetti, donde el insinuado consumo de alucinógenos del primer mandatario fue puesto sobre la mesa. A eso algunos añaden las secuelas del exceso de licor en eventos no conocidos. Otros creen, por su parte, que pueden existir indicios de estrés postraumático, producto de su etapa guerrillera, o repercusiones de viejas enfermedades.
Fuere el punto que sea, aún las bronquitis reiterativas que suele aducir la Casa de Nariño, solo los expertos podrían hacer un análisis fehaciente. Ya no son pocas las columnas llamando la atención al respecto. No en vano el rosario de citas incumplidas, a nivel nacional e internacional, tiene atónito al país.
Un asunto tan sencillo, como presentar un certificado médico, ha irritado sobremanera a los defensores de oficio. Pero bastaría con recordarles que, en cualquier democracia real, la salud presidencial es razón de Estado. Eso se cae de su peso.
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