Hace unos días Gustavo Petro no apareció a la reunión de la ANDI, en Cartagena, sin dar explicación razonable. ¿Qué tiene esto de raro? Nada. Sería más raro que hubiera asistido a una reunión donde tenía que enfrentar a los empresarios del país, donde no podía dar un discurso lleno de cifras amañadas y consignas cargadas de odio de clase; allí nadie le iba a “comer ese cuento” y habría muchos cuestionamientos a la ineficiencia de su gobierno.
Que Petro no aparezca en un evento se ha convertido en su modus operandi. En un año de gobierno ha dejado plantados a personas de todos los niveles, comenzando por líderes mundiales como sucedió con el presidente de Suiza, Alain Berset, a quien le llegó tres horas tarde dizque por mal tiempo en un vuelo desde Brasil, donde tampoco asistió al cierre de la Cumbre Amazónica, ni a la importante foto testimonial del evento. Nada raro, pues, en la Cumbre de El Cairo tampoco llegó al desayuno ofrecido por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y tampoco se presentó a la foto final.
Quizá el incumplimiento más abusivo fue el ocurrido en su reciente visita a Francia, donde desapareció por 48 horas, dejando a todos sus acompañantes, periodistas y otros invitados, abandonados a su suerte, sin hotel, ni viáticos para alimentarse.
Petro ha dejado plantado a medio mundo, a magistrados, diplomáticos, lideres de todos los partidos, indígenas y campesinos, a los raizales de San Andrés el día que se jugaba su futuro en la Corte Internacional de La Haya; ha plantado a los militares, no una sino varias veces, a los alcaldes, a los gobernadores. Pocos han escapado a sus desplantes.
¿Es esto simple grosería de su parte, simple mala crianza? Con seguridad hay mucho de eso, pero las teorías abundan. Se habla de que Petro tiene “ocasionalmente” desequilibrios psicológicos. Algo así como el que presenció la exsenadora Ingrid Betancourt cuando lo visitó, hace años, en Bélgica y lo encontró tirado en el piso, temblando, en un rincón de su cuarto.
Otros dicen que se trata de pataletas de furia o de resacas muy duras después de serias borracheras; hasta se comenta de uso de drogas, enfermedades físicas de todo tipo, cánceres mortales… En fin, su caso es como para escribir una novela de misterio o un libro de análisis psicológico titulado ¿Qué le pasa a Petro cuando desaparece?
También puede ser un montaje para no enfrentar situaciones inmanejables, que realmente no puede controlar con sus discursos trasnochados, cargados de división, amenazas y odios.
Porque mientras el país se hunde peligrosamente en la incertidumbre, el desgobierno, los desaciertos, reformas absurdas, escándalos causados por sus familiares y amigos, que más parecen enemigos, Petro desaparece cada vez más, abandonando la presidencia por horas o días, sin explicación, sin respeto a su deber como gobernante.
La alarma es general; el famélico crecimiento del último trimestre de la economía del 0,3 por ciento es grave. Hay la sensación de que el país va a la deriva. Si no hay timonel, si Petro está enfermo, tiene problemas psicológicos o de alcohol y drogas, si tiene episodios de pánico, o todo a la vez. Ya es hora de que los colombianos lo sepamos. Urge un concepto médico para saber a qué atenernos.
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