LA FAMOSA frase de hace casi un siglo, “Cuando EE.UU. estornuda, el mundo se resfría” sin duda mutó como consecuencia del impacto del covid-19, siendo China el protagonista de la misma.
La segunda economía del mundo registra indicadores tan decepcionantes como preocupantes, que ponen en peligro su objetivo de crecimiento de 5% anual para este año -uno de los más bajos de las últimas décadas- con el consabido impacto global que genera por su peso comercial en el mundo.
Descontado estaba que reactivar el aparato productivo, tan gigante como el país sería complejo, por la forzada parálisis de la pandemia, el rebrote de la misma que tuvo lugar en el segundo trimestre del año pasado, obligando al confinamiento de ciudades claves como su capital económica, Shanghái, fue un golpe tan inesperado como de alto impacto para la política económica del gobierno de Xi Jinping.
Así comenzó a vislumbrarse el anterior octubre, confirmándose, mes a mes, en el corrido de este año. Notoria caída en el consumo interno, así como en la demanda de créditos y las exportaciones, aumento del desempleo (especialmente en jóvenes), reducción en los precios de producción, bajonazo en la inversión extranjera y la crisis del sector inmobiliario (alto endeudamiento) que representa una cuarta parte del PIB nacional, evidencian la desaceleración económica del gigante asiático.
Organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) emitieron meses atrás una alerta temprana. “La economía china se está desacelerando por la debilidad de la inversión privada, la ralentización de las exportaciones y la reducción de la demanda interna, tras un fuerte desempeño en el primer trimestre, cuando la economía se reabrió tras los confinamientos por el covid-19”, señaló a mitad de año.
El inesperado frenazo en el crecimiento de esta potencia global tiene encendidas las alarmas globales y aunque su impacto ya lo sienten varios socios comerciales (especialmente otros países asiáticos y africanos), hay riesgo de que se extienda. Como lo expresó recientemente el presidente de Estados Unidos, independientemente de sus desacuerdos geopolíticos, “los crecientes problemas económicos de China han convertido al país asiático en una "bomba de tiempo...Estamos observando..."
Pekín considera exageradas y equivocadas consideraciones como la de Biden, aunque admite que “la recuperación económica va a registrar olas y será un proceso tortuoso que inevitablemente va a enfrentar dificultades y problemas”.
La preocupación mundial está en el tiempo que se mantenga esta situación, ya que una desaceleración prolongada en esa gigante economía perjudicará al resto del mundo. Ello porque, junto a Estados Unidos, son los que jalonan la economía planetaria. Para tener una idea, según cálculos del FMI, cuando la tasa de crecimiento de China aumenta en 1 punto porcentual, la expansión global se ve impulsada en aproximadamente 0,3 puntos porcentuales.
Números de crisis
Los signos de esta alerta son varios y dicientes. Para citar algunos de ellos: el desempleo juvenil registró un récord del 21.3% en junio, el último dato conocido ya que el gobierno decidió suspender su publicación: el desempleo global creció en julio al 5.3%, una décima por encima del mes anterior; las ventas minoristas fueron de 2.5% -muy por debajo de las expectativas- y producción industrial del 3,7%, inferior al 4,4% registrado a mitad de año.
También, según datos oficiales, en el primer semestre del año, el PIB solo creció un 0,8%; los créditos a los hogares están en el nivel más bajo desde 2009, las ventas de productos al exterior disminuyeron un 14,5% interanual (julio), en el tercer mes consecutivo de contracción, siendo la peor caída desde enero-febrero de 2020, cuando las exportaciones se redujeron un 17,2% en un momento de parálisis de la economía global a comienzos de la pandemia de covid. Pekín arguye que la amenaza de recesión en Europa y Estados Unidos, sumada a la elevada inflación y la guerra en Ucrania son factores que han lastrado la demanda internacional por los productos chinos.
La actividad industrial también se redujo en julio, por cuarto mes consecutivo: el índice de gestores de compras (PMI) manufacturero -indicador clave de producción fabril- se ubicó en julio en 49,3, por debajo de la marca de 50 puntos que divide la expansión de la contracción, mientras que el PMI no manufacturero -que mide la situación en los servicios y la construcción- cayó a 51,5 en julio desde los 53,2 de junio, mientras la actividad en los servicios del mercado de capitales e inmobiliario se contrajo.
Por su parte, el índice de precios a la producción, que mide el costo de las mercancías que salen de las fábricas y da una idea de la salud de la economía cayó por décimo mes consecutivo: -4.4%.
A lo anterior se suma otro dato que genera gran preocupación: los inversionistas globales han retirado más de USD 10.000 millones de los mercados bursátiles de China e importantes grupos como Goldman Sachs advirtieron sobre los riesgos de “contagio” de este estornudo económico asiático para la región.
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Entre tanto, un indicador que favorece a los consumidores, pero complica la recuperación económica es que China entró el mes pasado en deflación, por primera vez en dos años. Afectada por la baja demanda, el índice de precios al consumidor tuvo una baja de 0,3% en julio y se teme que ante ello las empresas recorten producción, congelando la contratación y autorizando despidos. Los economistas hablan de una espiral descendente.
Para el analista Ken Cheun, del banco japonés Mizuho, “la deflación refleja la realidad de que la recuperación de China se está agotando y que es necesario un plan de estímulo enérgico para impulsar la demanda".
Medidas insuficientes
Poco después de conocerse estos indicadores y en un esfuerzo para estimular el crecimiento, el gobierno de Xi Jinping anunció un plan de 20 puntos que, aunque claves, han sido considerados como insuficientes.
Destacan dos de ellas: el recorte en las tasas de interés y la reducción al impuesto sobre operaciones bursátiles. Con la primera busca impulsar el crédito de los hogares, especialmente para la compra de vivienda, y con la segunda, “reforzar la confianza” de los inversores.
Así, mientras el banco central de China determinó que la tasa preferencial de préstamos (LPR) a un año, que sirve como punto de referencia para los préstamos a hogares y empresas baja a 3,45%, y el de cinco años, que fija el precio de las hipotecas seguirá en 4.2% (ambos son mínimos históricos), el Ministerio de Finanzas redujo a la mitad el impuesto de timbre sobre las transacciones bursátiles.
Pese a ello, analistas y ciudadanos esperaban mayores estímulos para reactivar la economía, lo que el gobierno por ahora no considera para no aumentar el endeudamiento. En cambio, ha multiplicado las medidas a favor del sector privado, muy golpeado durante la crisis sanitaria, y del consumo, por medio de deducciones fiscales.
El buró político encabezado por el presidente Xinping es consciente que la recuperación económica del país enfrenta “nuevas dificultades y desafíos”, al tiempo que advirtió de un "importante número de riesgos" y “peligros latentes en sectores clave", refiriéndose sin duda al inmobiliario, ya que tras la caída en desgracia de Evergrande, otra gigante, la promotora Country Garden parece ir hacia el abismo su alto endeudamiento. Su quiebra tendría consecuencias impensables para el sistema financiero chino.
Para el economista de Gavekal Dragonomic, la crisis del sector inmobiliario, que desde hace tiempo representa una cuarta parte del PIB chino, es la razón "principal" del "choque deflacionista" y de gran peso en la desaceleración económica, la que amenaza con prolongarse. Sin duda, un ‘estornudo chino” que puede resfriar a todos.
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