CRÓNICA. A Giorgia Meloni una vez le preguntaron que significaba ser de derecha y ella respondió “entender la realidad”, en contraposición a la metafísica de la izquierda, alejada de lo posible.
“Se trata de afrontar el mundo y sus desafíos sin anteojeras ideológicas. Lo que se llama, precisamente, el ‘principio de realidad’. Realidad y vida en el presente, pero también en el pasado: tradición, memoria", escribe en su autobiografía, “Yo soy Georgia, mis raíces, mis ideas”.
La realidad, esa condición necesaria para entender la política según la primera ministra, es diametralmente distinta si se compara a la Campania (capital Nápoles) con el próspero norte de Italia, donde se concentra la gran producción industrial en regiones como Piamonte, Lombardia y Trentino Alto-Adigio, que tiene empleo total, un sueño para un napolitano.
Aquí, en el sur, en Nápoles, el discurso de la líder de los Hermanos de Italia no tiene suficiente acogida ya que el partido más votado fue Cinco Estrellas, la agrupación del cómico Bepe Grillo, que ha sido una de las pioneras en el mundo de construir un grupo político que paradójicamente se alimenta de la “antipolítica”.
“Meloni no es neofascista, existe una persona de derecha, pero el problema no es Meloni, ni la izquierda, ni el centro, es la política entera, es el Parlamento”, dice a este Diario la propietaria de un hotel en la calle Scuignizzi, Ana Lissa, que una década atrás militó en la izquierda italiana. “En el 92 tuvimos Manos Limpias, y desde entonces, no ha cambiado nada. La corrupción de ahora es igual a la de ese tiempo”.
La Campania, en contraste, tiene una tasa de desempleo del 37% y en jóvenes puede llegar al 40%, unos números que explican, en parte, el apoyo con el que cuenta el partido de la antipolítica, es decir, Cinco Estrellas. A Meloni, más que una solución, la ven, opina Ana Lissa, “como un invento de Silvio Berlusconni”, con poca capacidad para cambiar el estado de las cosas.
Austeridad
El gobierno de Meloni, que cumple este 26 septiembre su primer año en el Palacio de Chigi, está yendo más allá de atacar las políticas de izquierda, la Unión Europea y “la dictadura” de lo políticamente correcto. Por encima de la retórica que mostró en campaña, intenta que Italia aterrice su realidad fiscal, económica y social y supere esa faceta de ser un país acostumbrado al déficit y las medidas de austeridad que Bruselas -sede la Unión Europea-, no Roma, imponen.
Aunque sus opositores la siguen llamando “neofascista”, en estos 12 meses la líder de los Hermanos de Italia (le Fratelli d´Italia) ha dedicado parte importante de su gobierno a implementar medidas de austeridad para corregir los desequilibrios fiscales heredados de los gobiernos del técnico Mario Draghi y el centroizquierdista Antonio Comte.
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Como parte de las medidas de austeridad, la primera ministra italiana ha decidido eliminar la renta básica, un subsidio para los desempleados aprobado en 2019 -previo al covid 19- por el gobierno del centroizquierdista, Giuseppe Conte.
En Nápoles, esta ciudad de edificios caídos del renacimiento italiano con el barroco español, donde sus ciudadanos recuerdan los personajes de las películas de Paolo Sorrentino, miles de personas han salido a marchar contra la decisión de Meloni, por considerarla injusta y “en contra de los pobres”.
Para Gian Carlo, segundo en una salsamentaria ubicada en la calle Duomo, tal medida no es del todo mala. “Para mí ha hecho bien, para hacer mayor control del núcleo familiar de quienes necesitan la renta”, señala a EL NUEVO SIGLO este trabajador de unos 35 años, cuyo local queda a unos pasos de la catedral de la ciudad.
En medio del ajetreo intenso de una ciudad que se asimila, y hasta más, a cualquier capital de América Latina, Gian Carlo opina que el problema real es el salario mínimo. “Las personas no llegan al mes con el salario mínimo de 1,000 euros para conseguir el mínimo de víveres”, dice. “Pero las personas que son necesitadas, necesitan la renta básica”, agrega, al tiempo que destaca que “las personas necesitan laborar, no es que no quieran trabajar”.
Según el plan de Meloni, la renta básica será reemplazada a partir del 1 de enero por un “subsidio de inclusión” para familias en las que hay un menor, un discapacitado o una persona mayor de 60 años. También, dice La Reppubblica, se busca que en familias en las que al menos un miembro esté en la “capacidad de trabajar” se cree un subsidio denominado “apoyo para la capacitación y el trabajo”, condicionando su adjudicación a que se busque trabajo.
En su plan de ajuste presupuestal, inspirado en Margaret Thatcher -a quien Meloni admira-, la primera ministra recientemente ha dicho que: “se necesitan sacrificios para las empresas y los trabajadores, los jóvenes y los pensionistas, el medio ambiente y la cultura, el desarrollo y la innovación”.
Este plan de ajuste está lejos de ser la típica decisión de los gobiernos populistas de aumentar el gasto para contentar a sus bases a costa de futuros desequilibrios presupuestales.
La Meloni, además, como lo dijo en su discurso de apertura del consejo de Diputados, es una convencida de disminuir el Estado. Su ministro de Economía, Giancarlo Giorgetti, ha dicho que podrían “empezar las privatizaciones”, en referencia a “las empresas públicas en las que sea necesario desinvertir”.
Subrogación maternal
Con una vehemente convicción, Meloni se autodefine de derecha y habla permanentemente sobre la izquierda y la derecha como el único binomio que sirve para entender la política contemporánea. Sin éste, escribe en su autobiografía, no existen nociones ideológicas y doctrinales. “La izquierda tiene pocos argumentos, su único argumento es 'Meloni es un monstruo'. Me doy cuenta de que tiene muchas dificultades”, le decía hace un años la hoy primera ministra a 24 Ore, un portal digital.
La Meloni, reconocida por su frase “soy un mujer, soy una cristiana, soy una mamá”, también se ha puesto como objetivo establecer como delito a la maternidad subrogada -alquiler de vientres-. El código penal italiano lo incorporó desde 2005, pero la primera ministra quiere ir más allá y busca que se persiga penalmente a todas aquellas parejas que hacen uso de la maternidad subrogada en el extranjero.
“Un niño no se puede comercializar y este mercado debe terminar”, ha dicho la diputada Carlina Varchi, ponente del proyecto.
A un mes de cumplir un año de haber ganado las elecciones generales, Meloni acumula un índice de favorabilidad del 46%, un apoyo considerable en un país donde los primeros ministros tienen un promedio de año y medio en el poder. Algunos sondeos estiman que su gobierno durará los cinco años, periodo que establece la ley. Pero este optimismo viene del norte de Italia, principalmente.
En el sur, con su tradicional desapego, causado por repetidas promesas de cambio que se han esfumado en medio del Vesubio, aún persiste la duda de la viabilidad del proyecto de Meloni y muchos, como Gian Carlo o Ana Lissa, prefieren quedarse en el terreno de la antipolítica.
Parece ser que aquí, como escribió el poeta y político Garcilaso de la Vega, quien huyó de España y se refugió en Nápoles, en 1537, a “la esperanza, así como a baldía, mil veces la castiga el tormento”.
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