Más política y menos manzanillismo

En momentos tan difíciles como los que atraviesa la nación colombina deberían estar a la orden del día las propuesta, ideas y discusiones de fondo alrededor de cómo, con qué perspectiva y a través de qué medios y políticas públicas se puede superar la crisis en casi todos los sectores y temas propios de la vida nacional.

La coyuntura adversa es una oportunidad para que aquellas organizaciones creadas y concebidas para presentar propuestas se luzcan y hagan gala de sus bases ideológicas sobre las que construyen los proyectos que serán expuestos ante la ciudadanía, como alternativa viable.  Ello debe hacerse teniendo en cuenta que en Colombia existe un marco jurídico que se deriva de la Constitución Política, que determina límites y parámetros para definir cómo lograr los objetivos planteados.  Así, las propuestas que se formulen no pueden perder de vista el régimen político, el sistema económico y en general lo que conforma el Estado del derecho. Postulados como el respeto por la propiedad privada, el estado unitario, la división tripartita del poder público, el principio de legalidad, las competencias funcionales, entre otros, deberían ser punto de partida de cualquier fórmula que se ventile.

En lugar de eso, a tan sólo ocho meses de la contienda electoral, lo que se ve en Colombia es una serie de personas pensando en cuál será la mejor alianza o división, o incluso afirmación populista que conviene y atrae, todo en función de obtener poder.  ¿Para qué? Nadie lo dice.  Tan sólo se percibe una ambición desmedida por tener poder.

El ejercicio de la política parece haber perdido todo sentido y vocación de servicio. Mientras algunos se dedican a gritar más fuerte y a tratar de alimentar razones para sacar lo peor de los seres humanos (odios, venganzas, resentimientos, frustraciones), otros parecen sumergirse en bellos poemas y retóricas que empalagan, pero que al final tampoco explican, en concreto, cómo se llegará a tener un país mejor; otros, por su parte, se dedican a reparar carcazas que antaño fueron la cuna de ideas oportunas y pertinentes para un país en convulsión.

La afinidad que se predica de quienes se agrupan con fines políticos no se debe dar en función de simpatías por llegar a ocupar una posición de mando; ¡NO!.  Esa sincronía debe aplicarse a las ideas compartidas sobre cuáles son las fórmulas idóneas para superar problemas, generar desarrollo, hacer más equitativa y justa a la sociedad.  Convicción férrea y principios sólidos; de eso se trata y por eso se justifica la existencia de partidos y /o movimientos políticos con vocación de permanencia.

En democracia es bienvenida la deliberación, el debate y la contradicción.  Pero sobre ideas y fórmulas para conseguir el mayor beneficio para el conjunto de la población y no para satisfacer el interés de unos pocos que hoy son los que se baten a duelo y rompen la cabeza pensando cómo no quemarse y sí salir fortalecido y beneficiado en su personalísimo interés.

Parafraseando a Edmund Burke debe recordarse que los partidos políticos se definen como un conjunto de hombres y mujeres unidos para promover, mediante su labor conjunta, el interés nacional sobre la base de algún principio particular acerca del cual todos están de acuerdo.  Es decir, son organizaciones con fines superiores a los puros intereses mezquinos de aquellos que pretenden conseguir puestos y emolumentos.

Por @cdangond