Como es apenas natural, muchas personas consultan hoy en día a sus párrocos y sacerdotes conocidos acerca de la paz. Puntualmente lo hacen sobre el acuerdo firmado entre Gobierno y subversión. La Iglesia, ante este pacto, que es un acuerdo político, no toma posición partidista porque esa no es su naturaleza ni misión. Pero, desde luego que la Iglesia está de acuerdo con todo lo que con sinceridad y ánimo de justicia ayude a construir esta esquiva realidad de la concordia entre las personas. Y la Iglesia siente que el acuerdo Gobierno-guerrilla es un paso en el sentido correcto. Y así lo percibe por conocer el proceso de primera mano y también por haber sentido la guerra muy de cerca, pues la Iglesia no tiene sus despachos en el piso 33 de ningún edificio, sino prácticamente en las calles de toda la nación.
Y a la Iglesia el deseo y el trabajo por la paz le viene de un mandato del Evangelio en donde se llama “bienaventurados” a quienes trabajan por la paz. No lo hace porque le convenga a alguien en particular o porque su subsistencia dependa de la mermelada gubernamental o el saqueo amenazante de la guerrilla. Lo hace porque ese es el espíritu del Evangelio y esa es la orden misionera de Jesús. Pero, además, la Iglesia puede dar testimonio fehaciente de la crueldad e inhumanidad de la lucha armada para todas las personas, para las comunidades y también para ella misma. Y, no obstante llevar heridas en el alma, se atreve a caminar el sendero de la reconciliación y el perdón y lo hace a sabiendas de que hay riesgos de traición e incumplimiento. Pero esa es la consigna del Redentor de la humanidad y ese fue el ejemplo que él dio.
Y no dejemos de anotar otra cosa importante: la Iglesia en Colombia, en temas de paz, ha sido clara, luchadora, insistente y siempre conciliadora. No falta quienes la quieran ver encendiendo nuevas hogueras, aunque hasta ayer decían que por eso no creían en ella. Pero no será así. En una nación tan apasionada, con unos líderes políticos tan poco cuerdos, con unos partidos políticos tan alejados de la realidad nacional, con una burocracia que no tiene empacho en comerse los alimentos destinados a los niños más pobres del país, la Iglesia toma distancia y se sitúa, sin dudas de ningún orden, en los terrenos del encuentro, del perdón, de la reconciliación, de la no venganza. En eso cree la Iglesia y a eso le apunta. Y a eso invita. Aunque nos coronen de espinas.
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