En Venezuela y Colombia están teniendo lugar acontecimientos estructuralmente similares.
En ambos casos, la voluntad popular sale a flote de modo perfectamente claro, pero con la misma contundencia se está pretendiendo ignorarla.
En efecto, la favorabilidad hacia los dos presidentes es prácticamente inexistente, pero tan delicado fenómeno no parece que a ellos les importe demasiado.
Por otra parte, el rechazo a sus políticas también es absoluto; los venezolanos no soportan el marxismo y los colombianos no toleran a un Presidente que se empeña en complacer a los terroristas.
Los dos pueblos se han expresado sin ambages en las urnas: aquellos eligiendo a la oposición en la Asamblea y éstos diciéndoles ‘No’ a unos acuerdos que rinden culto a los promotores de la violencia.
En ambos casos, el ciudadano está siendo ignorado y, por ende, violentado: los venezolanos claman por un referendo revocatorio que se les niega mediante piruetas legales de poco pelambre, en tanto que a los colombianos se les quiere reimponer, previa capa de espeso maquillaje, unas capitulaciones negociadas en La Habana.
Mientras los venezolanos apenas sobreviven en medio de la carestía y la opresión, a los colombianos se les quiere obligar a repetir el plebiscito pero asegurándose esta vez de que las Farc redoblarán sus esfuerzos para movilizar al votante mediante la inmensa riqueza con que cuentan y haciendo uso o amenazando con usar los miles de fusiles que tienen en su poder.
Ninguno de los dos Jefes del Estado se plantea la renuncia, a pesar de abundar las razones para que así procedan. En Caracas, el dictador se aferra al poder rodeándose de ministros cuestionados por la justicia internacional y una cúpula militar que -si aún dispone de cierta dosis de sensatez- todavía puede evitar el derramamiento de sangre.
Y en Bogotá, un Presidente que ni siquiera acepta la renuncia del jefe de su comisión negociadora, tampoco declinará un premio Nobel que así como alimenta el narcisismo, ofende al pueblo que rechazó en las urnas sus “esfuerzos” por satisfacer a las Farc.
Con todo, ambos gobiernos aún están justo a tiempo para evitar la caída libre: Maduro puede aceptar el referendo y pactar una salida digna con la OEA en tanto que Santos puede tomar distancia del Secretariado y aliarse, de una vez por todas, con las corrientes genuinamente democráticas.
Genuinamente democráticas porque no toleran el indulto, ni el cogobierno, ni el enriquecimiento ilícito, ni la revictimización, ni mucho menos la manipulación oprobiosa de la Constitución Nacional.
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