Cuando un escritor desea ser de todas partes, no llega a ser de ninguna.
La aspiración de universalismo de un autor nace de su vinculación a una tierra y a una época. Recordemos La María de Jorge Isaac, La Vorágine de José Eustasio Rivera y la famosa y reciente obra, traducida a 24 idomas: Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez.
Lo concreto y lo vivo de una criatura de arte se hace a la vez concreto y vivo para los demás, cuando se encuentra enraizada en una región, cuando encarna un sentimiento, una creencia, una tierra, un pueblo, así como el drama, la esperanza y el contenido de una época. Con la conquista de los valores propios, la literatura de un pueblo adquiere realidad, su universalidad y su sentimiento de fraternidad y de solidaridad humanas.
El prestigioso pensador caldense, Danilo Cruz Vélez, ha expresado en su estudio Nuestra Mayoría de Edad, lo que sigue: “Hay signos clarísimos de que por fin hemos tratado en el mundo del saber y de las técnicas superiores y que ya hemos alcanzado nuestra mayoría de edad cultural. De este modo, hemos logrado una emancipación. Se habla frecuentemente de la necesidad de superar nuestra dependencia económica y política olvidando la dependencia cultural, cuya superación es más urgente que las otras dos. Mientras no tomemos posesión de nuestro pasado arqueológico y artístico, mientras no podamos trabajar creativamente en las ciencias, mientras no formemos expertos familiarizados con las técnicas basadas en ellas, mientras no podamos exportar autónomamente nuestros recursos naturales, mientras sigamos a merced de la sensibilidad y la emoción, y no poseamos ideas claras sobre nuestro ser, esas ideas claras y distintas con que Descartes puso en marcha la Edad Moderna, seguiremos dependiendo del exterior, seguiremos siendo una fuente de materia prima, un mercado y un objeto de explotación, y, a lo sumo, un espectáculo pintoresco o mágico, como se dice ahora”. (Texto leído al recibir el Premio Fundación Centenario del Banco de Colombia, dic. 14/82)
Muchas veces, literariamente Colombia, ha sido una colonia de Europa. El diletantismo ha sido el pudridero de multitud de talentos colombianos. Abundantes lecturas, muchísimas citas y gran dominio de autores foráneos. Ramiro de Maetzu, después de zaherir a Darío, lanzó su grito de combate: “Adentro”, para significar que debían los intelectuales ahondar en los terrenos de su propia alma y en los del suelo natal, dejando todo ese arte de imitación y de pega, brillante y falso, que había traído el modernismo.
Un pueblo se afirma a sí mismo desde el momento que establece una recíproca corriente de influencias, en virtud de las cuales dan y recibe impulsos de progreso, sin agotar sus propios recursos y sin desfigurarse a consecuencia del aporte extraño.
Unamuno sostuvo “Se les vive gritando a las gentes y sobre todo a los jóvenes: arriba, arriba, como si la vida plena estuviera fuera de nosotros. No. Lo que se debe gritar es ‘Adentro’, en la hondura, en la entraña propia: allá es donde hay que buscar el contenido apto para definirnos. Con que ‘Adentro’ es, pues, a los sótanos de la conciencia, a las raíces del alma”.
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