El “apogeo” de las Farc en Cartagena se convirtió, el 2 de octubre, en el “oso” del Gobierno. Este y los numerosos asistentes internacionales hicieron el ridículo. Cantaron victoria antes de tiempo, dando por anticipado que con el inmenso gasto en propaganda, tanto al interior, como al exterior, los colombianos se tragarían los “sapos” de las enormes concesiones a la guerrilla, con el argumento de que la paz, en este caso la paz con las Farc, siendo un “derecho constitucional” justificaba cualquier concesión que se le hiciera a los subversivos de Timochenko.
El alud propagandístico con los recursos oficiales y la parcialidad de los medios de comunicación permitió a los propugnadores del Sí, desestimar a quienes queremos la paz, pero sin impunidad para los grandes criminales, sin curules en el Congreso sin necesidad de acudir a las urnas, sin aquiescencias al narcotráfico (suspensión de la fumigación aérea), sin reparación a las víctimas (debido a la “penuria” de las Farc), y no permitió dejarle saber al Gobierno y a la comunidad internacional, que somos muchos los colombianos que no comulgamos con ruedas de molinos. A tal punto era el triunfalismo que ni siquiera tenían un plan B, como lo admitió la Canciller Holguín. Si quedó claro que todos queremos la paz, debe también quedar claro que unos y otros deben dar lugar a las posiciones de los otros y llegar a negociar con las Farc como una nación unida, como se debió haber llegado a La Habana desde un principio. Esto no va a ser muy fácil si el Gobierno insiste en mantener el mismo equipo negociador que llegó a los acuerdos de Cuba que el país rechazó.
¿Cómo pueden unos negociadores que han expresado que el documento al que se llegó es el mejor posible, sostener ahora posiciones más rígidas? Sería admitir que los acuerdos anteriores no eran en realidad los mejores posibles.
Cuando en Gran Bretaña los votantes le dijeron no a la propuesta del Gobierno de seguir dentro de la Unión Europea, el primer ministro Cameron y todo su gabinete renunciaron y fueron reemplazados por un equipo que favorecía el Brexit. Lo contrario era inconcebible. Claro que en Colombia el lema de los políticos parece ser siempre el “aquí estoy y aquí me quedo”.
Esperemos que esta intransigencia no nos desuna nuevamente. Comprensible que los cabecillas farianos no quieran ir a la cárcel, pero pueden asilarse en Cuba y seguir gozando de las cálidas playas de Varadero, donde los visitarían Maduro, Cabello, Teodora y otros. En cuanto a los dignatarios extranjeros que asistieron al costoso show cartagenero, Kerry, Macri, Bachelet, etc., callarán y, en privado, no les queda más recurso que reprender a sus embajadores por haberse dejado embaucar.
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