Esto mismo le está sucediendo al Presidente y a sus negociadores. Difícilmente pueden aceptar que concesiones que sostuvieron eran indispensables para lograr un acuerdo, no son tan buenas como proclamaron y la guerrilla debe ahora acceder a cárcel efectiva, a no obtener curules sin votos para sus cabecillas, a desprenderse de sus riquezas, fruto del narcotráfico, la extorsión y los secuestros, a no añadir 297 farragosas páginas a la Constitución, sustituyéndola, a revelar las rutas de la coca, que no se puede asfixiar la propiedad privada, que el tal Tribunal para la Paz es un esperpento jurídico, sin normatividad conocida, formado por jueces nombrados en conjunto con las Farc, algunos extranjeros, que se pueda volver a la fumigación aérea de los cultivos ilícitos.
Estamos ante dos negociaciones sucesivas, primero las de la oposición con el Gobierno para que este acepte defender sus peticiones ante las Farc y luego las de la misma comisión oficial, la que negoció el acuerdo rechazado, tratando de convencer a Iván Márquez y sus amigos de que deben aceptar las nuevas posiciones. Santos condiciona el diálogo a que las propuestas “no sean imposibles”, implicando que él puede rechazarlas sin oír a las Farc, vemos el tono agresivo (del que se queja el expresidente Pastrana) con el que los representantes del Gobierno han reaccionado ante las peticiones del No y presiona con manifestaciones a que no haya modificaciones.
Quienes no creen en algo, no deben negociar su aceptación. Esto que parece de Perogrullo aquí no se aplica y no se mira a ejemplos como los del Brexit. Por eso Pastrana dice que sería infructuoso un diálogo si Santos no tiene la determinación de negociar un nuevo acuerdo. Comprendemos que el Presidente quiera finiquitar este tema antes del 10 de diciembre.
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