TRADICIÓN DE LA COMUNIDAD INDÍGENA KANKUAMO
Perspectiva. La Maye teje sueños en Sierra Nevada de Santa Marta

ENS-Alejandro Avendaño

Las indígenas del pueblo kankuamo tejen sus sueños y sus pensamientos a través de sus mochilas. Sus manos no paran de trenzar ilusiones e hilar pensamientos. Una de ellas es María Sofía Martínez, una artesana que irradia dulzura, sencillez y humildad en su corazón, pero además es una de las impulsadoras de la faena ancestral.

El resguardo indígena Kankuamo se encuentra en el departamento del Cesar y entre las majestuosas montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Tejer el fique es una tradición cultural arraigada para este pueblo indígena y es la herencia de sus ancestros.

María es conocida popularmente como La Maye. Teje mochilas de fique desde que era una niña. El oficio lo aprendió de su abuela y ella de sus ancestros. A sus 65 años sus manos no se han detenido. Las mochilas le ha dado el sustento a ella y a sus 10 hijos, uno de ellos fallecido.

El accesorio hecho a mano también la ha llevado a recorrer toda Colombia, e incluso ha viajado a Estados Unidos con sus “mochilitas”, como ella las llama.

“Es mi herencia y la de mis hijos. Recuerdo que nos levantábamos a las 4:00 de la madrugada y con una libra de ‘maguey’ nos poníamos a tejer hasta las 3:00 de la tarde. A esa hora salíamos con las mochilitas y las cambiábamos por el arrocito, la papita, los alimentos. Y así nos fuimos levantando poco a poco. Llevo casi 40 años enseñando, tejiendo y llevando esta cultura para que no muera. Humildemente, esa es parte de mi historia, mi realidad y la de muchas indígenas del Kankuamo y no me da pena decirlo, porque gracias a ese esfuerzo, mi mochila ya la conocen a nivel nacional e internacional”, expresa La Maye, serena, desde Corferias, donde desde el pasado 7 de diciembre participa en Expoartesanía.

El “maguey” o fique es la fibra utilizada para la elaboración de las mochilas. Esta crece de manera silvestre y, por su alta demanda, es cultivada por indígenas y campesinos en la región.

“El que sale sin mochila, sale sin esperanza, así se dice en mi pueblo. Mi lucha es para que las nuevas generaciones continúen la tradición y expandan los saberes de los ancestros del Kankuamo, que no se pierdan esos conocimientos, porque en la mochilita está nuestra identidad, los saberes de nuestros abuelos y el sustento de miles de familias de la Sierra”, refiere La Maye, quien actualmente lidera Asomujeres artesanas, un grupo de 50 tejedoras que con sus manos crean los diseños del accesorio con las imágenes y pensamientos que se les viene a la mente.

La iniciativa nació cuando La Maye vio que los abuelos de su pueblo se estaba muriendo y con ellos la tradición de las mochilas de fique. Decidió organizarse con un grupo de artesanas y buscar apoyos económicos para expandir su cultura.

“Empezamos a trabajar incansablemente. Mostramos nuestro arte por todos los pueblos para dar a conocer nuestra manualidad. Luego llegamos a Artesanías de Colombia y desde allí nos han ayudado mucho. El oficio de la artesanía es una tradición que debemos enseñar de generación en generación. Vino de mis abuelos y ahora se lo paso a mis nietos, ellos lo pasarán a sus descendientes. Mis manos aún no se han cansado, pero cuando lo hagan, espero haber entregado mis saberes”, refiere la artesana con la calma y seguridad de haber cumplido la tarea.


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Colores del bosque

Siendo las mujeres creadoras de vida, son ellas las encargadas de tejer y transmitir sus saberes a los más pequeños, con el ánimo de mantener activa su cultura y preservar el oficio.

Por ello, la mujer kankuama es una especie de creadora de conocimiento y de pensamientos; es la protectora de las prácticas artesanales de este pueblo indígena.

Pero el oficio de la artesanía no es solo sentarse a tejer. La Maye cuenta que los colores del fique son elaborados manualmente por ellos mismos. Aprendieron de sus ancestros a encontrar los colores deseados en elementos de origen natural como el palo de un árbol llamado Brasil, el limón, el corazón de morito, el morado de hoja, la fruta de juguito, la hoja del bejuco chinguiza, la legumbre del dividivi y la semilla del achiote, entre otros.

Con la fibra lista, la artesana crea en su mente el diseño que quiere plasmar en la mochila y comienza a tejer usando una aguja capotera.

En el proceso, la artesana puede utilizar colores y puntadas diferentes para dar forma a las franjas y los diseños que ella tiene en su mente, razón por la cual cada mochila es única y singular.

De esta forma se elabora la pieza, en la cual queda impresa la genuina creatividad de la artesana, así como el sentir del pueblo kankuamo, conocido como el "guardián del equilibrio del mundo". Esta comunidad hace parte de la familia lingüística chibcha del Caribe colombiano y comparte, junto a los pueblos arhuaco, kogui y wiwa, la cosmovisión del mundo, el territorio y la ancestralidad de su origen.

Además, cultivan el fique.  “Contamos con hectáreas de la materia prima de donde se saca el fique. Hacemos todo desde el principio. Con ayuda de Artesanías de Colombia hemos podido comercializar los productos, salir a mostrar y a vender; pero yo estoy en esta feria no por la plata, es por que desde joven siempre quise dar a conocer lo que hacemos, cómo y por qué elaboramos las mochilas. Y lo que buscamos es que la gente valore ese trabajo, ese conocimiento, nuestra cultura”, refiere la artesana.

“Como un ejemplo a seguir”. Así la define su hija, Érika Maestre, quien también heredó el oficio y la acompaña en el emprendimiento de las mochilas.

“Desde que yo recuerdo ella se dedicó, además de tejer, a organizar a las mujeres a que tejieran y vendieran el producto para el sustento, porque a mi madre le funcionó y entonces pensaba que a otras mujeres también les podía ayudar. Y cuando no tenían material, mi mamá se los buscaba. Fue ella la que impulsó el uso del color natural en la fibra del fique, porque decía que había que recurrir a las prácticas ancestrales, las de mis abuelos, de utilizar los frutos y hojas para teñir el hilo. Recuerdo que salía a buscar en los árboles la hoja, la concha y las flores. Los cocinaba y tomaba cada mechón y los sumergía en esa agua para ver qué color salía. Así poco a poco fue sacando los tonos. Es una guerrera”, expresa con orgullo Maestre.