2022: año de la inflación

* Un lastre para la política social

* El peor de todos los impuestos …

 

Podría decirse sin temor a caer en el error que la inflación produce un desquiciamiento generalizado de la economía, afectando principalmente el bolsillo y la calidad de vida de todos y cada uno de los colombianos.

Por eso a nadie cabría duda de que el hecho de 2022, inclusive por encima de las vicisitudes de una campaña presidencial signada por la camorra y la ausencia de amplios debates programáticos, consistió en la expansión del fenómeno inflacionario en un país, como Colombia, que había olvidado tan gravosas incidencias económicas y cuyo impacto prosperó a lo largo de este año sin ceder un ápice.

En principio, se dijo que para el segundo semestre los índices de la carestía mejorarían. Pero no fue así. A decir verdad, la invasión de Rusia a Ucrania impuso las condiciones para que se diera el espiral inflacionario en el mundo, a partir de febrero, una vez se establecieron las sanciones económicas como arma contra los autoritarios dictámenes de Vladimir Putin. De la guerra relámpago se pasó entonces a la guerra prolongada y por estas circunstancias todavía se mantiene la afectación sobre la economía global, tanto en el abastecimiento de los alimentos, los precios de la energía y el encarecimiento de las materias primas, a más de la fractura en la cadena de suministros.

No obstante, vale decir que la inflación mundial ya venía tomando curso desde que los bancos centrales de cada país adoptaron la política de expansión monetaria para revertir el apagón económico causado por la pandemia del coronavirus. Fue de esta manera como las economías pudieron mantenerse a flote, con un desempeño positivo de la colombiana en comparación a muchas otras del orbe. De este modo, el gobierno entrante del presidente Gustavo Petro contó con una plataforma económica favorable, una vez se obtuvo la reactivación de la economía con la irrigación de recursos estatales al mismo tiempo que se logró atender a los más vulnerables con base en las transferencias directas.

Sin embargo, la otra cara de la moneda se dio por cuenta de la inflación. Entonces, no solo a raíz de las repercusiones internacionales sino también de la incertidumbre suscitada por los constantes y contradictorios anuncios económicos del nuevo gobierno colombiano, la carestía siguió su marcha, inclusive a pesar de las subidas de las tasas de interés adoptadas por el Banco de la República. De hecho, esos anuncios gubernamentales colaboraron negativamente para depreciar aún más el peso frente al dólar, generando mayor desestabilización y perplejidad económica, hasta el punto de que Colombia cuenta hoy con una de las monedas más devaluadas del mundo. En suma, la inflación y la devaluación crean pobreza. Y es palpable este fenómeno de empobrecimiento colombiano colectivo con la pérdida del poder adquisitivo y la barrena de los valores previos.

Bajo esa perspectiva, parecería obvio que el principal motor del cambio en el país estaría en el ataque y dominio de la inflación, así como la recuperación de la moneda. La aspiración para 2023 es que termine la guerra de Ucrania lo más pronto que sea posible, aunque como están las cosas esto no resultaría tan rápido como sería aconsejable para una economía como la colombiana que adolece de la resiliencia de las más desarrolladas.

A ello se suma la última reforma tributaria con que se estrenó el gobierno Petro y que con sus 20 billones anuales solo tendrán un horizonte claro cuando se apruebe el Plan Nacional de Desarrollo y se sepan las inversiones que habrán de llevarse a cabo en el marco de una desaceleración económica agobiante y la tendencia recesiva propia del vertiginoso viraje hacia la restricción monetaria. Por lo pronto, no solo se mantendrá el asistencialismo de la administración anterior, sino que se multiplicará en diversos frentes, mientras otra de las preocupaciones centrales será la del desempleo.

Como lo hemos dicho reiterativamente en estas páginas, la inflación es el peor de todos los impuestos y afecta en mayor medida a los de menores ingresos. El axioma sustancial de una política social fehaciente comienza por proteger el poder adquisitivo y no está claro que ello se esté logrando, pese al porcentaje de aumento del salario mínimo tanto para 2022 como para 2023. Ciertamente la inflación fue una mala compañera en el transcurso de estos meses. Hacemos votos porque la economía pueda recuperarse de esa endemia y el cambio de año nos permita avizorar un futuro mejor.