EL principal cuello de botella que hoy experimenta la economía nacional para moverse en las grandes ligas es la pobrísima competitividad.
Dirán algunas voces del sector privado que hemos avanzado, pero lo cierto es que es insuficiente y precaria la competitividad.
El Ejecutivo responderá que no es cierto, pero la cruda realidad muestra lo atrasados que estamos para avanzar en la economía global.
Somos un país que quiere lucir etiqueta del siglo veintiuno, pero su vestuario es del siglo pasado, su apariencia es de hace 100 años.
Esta temporada de final y comienzo de año fue latente lo horroroso que es desplazarse por vías nacionales, departamentales, municipales y rurales.
Avances en infraestructura son parciales, lentos y costosos. Malla vial sigue mostrando baches protuberantes en tramos claves para el comercio y el transporte.
De milagro se mueve la carga pesada. De milagro se llega a varios destinos estratégicos como el puerto de Buenaventura.
La culpa es de gobiernos han carecido de decisión política para actuar contra la corrupción.
La responsabilidad es de cuanto soquete mandatario y sinvergüenzas contratistas que se quedaron con el dinero y no ejecutaron obras civiles.
Un despropósito que al mismo tiempo que nos insertamos en corrientes comerciales del mundo para vender más; carezcamos de carreteras decentes, de aeropuertos modernos, de aduanas, bodegas, zonas francas y puertos a la altura de competitividad internacional.
En competitividad, productividad, innovación, ciencia y tecnología vamos muy mal.
Estamos atascados en el pasado. Seguimos represados de buenas intenciones y no hay progresos sustanciales que permitan creer en un nuevo comienzo.
No podemos aplaudir gobiernos porque inauguraron una obra que debía ser entregada hace 10 años.
No debemos elogiar mandatarios por pregonar una megaobra que debió ser puesta en funcionamiento hace 40 o 50 años.
Una porquería lo que aún tenemos, y son peores muchos de nuestros mandatarios locales y políticos de pueblo.
Entre clase política dominante, sin escrúpulos ni moral, ni ética ni principios; y alcaldes y gobernadores sin respeto a la sociedad, se reparten el botín de los proyectos que no construyen.
Aeropuertos regionales: el de Armenia, el de Pereira, el de Ibagué, el de Manizales, el de Santa Marta, el de Cúcuta, entre otros, son obsoletos, feos, sucios, precarios, incomodos e inseguros. Parecen viejos terminales de buses.
Un país que intenta fomentar su turismo no puede trabajar con modelos atrasados de competitividad y productividad.
Funcionarios encargados de reactivar turismo y mejoramiento de infraestructura no deben sentirse en zona de confort con lo feo y vergonzoso que tenemos en ese frente.
Las playas de Cartagena y Santa Marta, huelen, se ven y se sienten mal.
Caminar el corralito de piedra o las calles samarias es darse un baño de olores fétidos. Desagradables y nauseabundos aromas que espantan.
Hotelería de garaje en ambas ciudades turísticas, y nadie defiende a nadie.
En fincas cafeteras rescatable el aroma a café y cordialidad de sus gentes, buena comida y hospitalidad. De resto, precios por las nubes, servicios precarios y comodidad a la fuerza.
Si hombres de negocios y Gobierno no jalonan competitividad como un indicador de crecimiento económico la vamos a seguir pasando mal.
Si productividad de Colombia es comparable con nuestro nivel educativo, de ciencia y tecnología, modernización y transformación productiva, estamos expuestos a quedarnos solos y perder confianza de socios estratégicos.
No ser conformistas invita a ser imaginativos y trabajar sin complejos en principales falencias de competitividad.
Queremos mostrarnos como una economía con cara de muchacho cuando lo que tenemos es un rostro de viejo cansado, detenido en el tiempo y viviendo en las mismas casas viejas que aunque bonitas no están para competirle a un nuevo escenario que se transforma o se hunde.
De milagro, nos siguen viendo con buenos ojos. No significa que estemos bien.
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