Una de las primeras víctimas de la arremetida de Trump contra el mundo fue México. Empezó desde que estaba en campaña, en tono xenófobo y racista. Pero se intensificó al instalarse en la Casa Blanca: reafirmó su promesa-amenaza de construir un muro para contener a los bad hombres al sur del Río Grande; advirtió que ordenaría operaciones militares en la frontera (algo que luego desmintió su propio Secretario de Defensa); insistió en la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y en "compensar" la relación comercial imponiendo un arancel del 20% a los productos mexicanos... Como resultado, el presidente Peña Nieto canceló un temprano encuentro con Trump, y la relación bilateral se encuentra en uno de los niveles más bajos de las últimas décadas. La posterior visita de reconciliación de los secretarios Tillerson y Kelly a México parece haber rendido frutos más bien magros.
Y mientras tanto ¿Qué hace América Latina? Muchos se preguntan si la región ha abandonado a México a su suerte, y denuncian la falta de solidaridad latinoamericana. La realidad es mucho más compleja.
Para empezar, es más fácil invocar la “solidaridad” latinoamericana que practicarla. Así ha sido a lo largo de la historia, a pesar de algunas excepciones que no hacen sino confirmar la regla. La región es mucho más heterogénea (en su política interna y su proyección exterior) de lo que se suele admitir, y el relacionamiento entre los Estados que la integran es mucho menos fraternal de lo que proclaman los discursos diplomáticos.
Segundo: ningún país del mundo está preparado para lidiar con Trump. Cada uno está buscando la fórmula que más convenga a sus intereses y se ajuste a sus posibilidades. Eso también se aplica a los países latinoamericanos, cada uno de los cuales tiene su agenda particular con Washington. Y ninguno de ellos se siente obligado (con toda razón) a arriesgarla por México, que sólo ahora empieza a dilucidar su propia estrategia.
Tercero: la relación de México con sus “hermanos” latinoamericanos no está exenta de turbulencias. Está la competencia innominada, pero latente, con Brasil. Y está la relación con sus vecinos del Triángulo Norte, a quienes en muchos aspectos ha impuesto un muro como aquel del que habla Trump y que tanto lo indigna.
Por último, está la propia decisión mexicana. La cancillera argentina lo ha dejado entrever: América Latina no es más dura con Trump porque México no lo está pidiendo. Y en diplomacia, eso hace la diferencia entre ir solo y haber sido abandonado.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales
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