A finales del siglo XX en nuestra región imperaba la democracia como una gran conquista política y social, donde los gobernantes y representantes del pueblo eran elegidos libremente por los ciudadanos mediante el sufragio directo. No sería la democracia de los antiguos griegos con sus elevados principios cívicos, más se asemejaba al ideal moderno de participación ciudadana. Hoy, con gran parte del territorio y de las ciudades amenazadas por la violencia, se pervierte la pureza electoral.
En Colombia, en 1991, después del secuestro por parte del M-19 de Álvaro Gómez, se resuelve alterar el orden constitucional y convocar a una Constituyente, que fractura la tradición constitucional del país, que le debía tanto al Libertador Simón Bolívar, lo mismo que a Rafael Núñez y al concurso de políticos y constitucionalistas de ambos partidos históricos. El M-19, alcanza la primera votación, seguido por el liberalismo y la cauda de Álvaro Gómez quién, precisamente, por estar secuestrado no estuvo en las negociaciones, ni en los entuertos de la séptima papeleta. Debió participar en la contienda electoral de improviso y para evitar que en ese foro nos hicieran la revolución.
Y cumplió su cometido moderador a cabalidad, atemperando los proyectos revolucionarios o desestabilizadores, en tanto el gobierno con Cesar Gaviria, negocia con el M-19, inhabilita a los convencionistas a cambio del ministerio de Salud, de una lotería y de una serie de cargos y beneficios de toda índole, con lo que, entre otras cosas, buscaban cerrarle el paso a Álvaro Gómez, un estadista superior, al cual, según Alfonso López, en una misa en su memoria, sostuvo que si el político bogotano hubiese llegado al poder se habría eternizado en el mismo, al estilo de Felipe II. Una falacia de las tantas que le atribuyeron a este líder.
Como se recuerda, con la elección popular de alcaldes, iniciativa de Álvaro Gómez, se busca limpiar un tanto los establos de la política con el concurso popular, experiencia que en los primeros comicios facilita una elección limpia y que surgieran numerosos líderes cívicos. Más en las siguientes rondas electorales los gamonales forman la trinca con alcaldes, gobernadores y senadores de circunscripción nacional, que sigue hasta hoy, multiplicando alianzas de intereses y sumas multimillonarias, lo que de manera inexorable intensifica la corrupción y mina la democracia.
La izquierda, incluido el mismo Petro, se acomoda al sistema electoral, lo que le permite ser elegido como alcalde de Bogotá, que podría ser el escaño a la presidencia. Se ve envuelto en varios escándalos, lo inhabita el procurador Ordoñez, siendo convertido en víctima, así que apela en el exterior la medida, y regresa con un fallo internacional a su favor en el bolsillo para seguir en la brega política. Como senador cumple un rol de oposición insular de denuncia casi que permanente. Al desgastarse en extremo la coalición de gobierno y no presentar un candidato fuerte, Petro se dedica a hacer alianzas electorales y conseguir votos, con los mismos que antes habían pactado con el Centro Democrático, como Roy Barreras y el Partido de U. Y en minoría llega al poder.
Y no olvidemos que a veces las minorías escriben la historia, en especial cuando las mayorías no se adaptan a los desafíos de su tiempo. Así que Petro pretende liderar la revolución desde el balcón, en Colombia y el exterior, lo que podría llevarlo a propiciar una Constituyente, si las masas lo acompañan. Lo que no consigue evitar que se trate de un caso típico de involución retardataria, de volver a instituciones y proyectos fracasados, como estatizar la salud al estilo de Cuba, que ha sido un fiasco total. Peor, cuando pretende darle a gobernadores y alcaldes, el manejo de parte de los cuantiosos fondos de la salud, a sabiendas que en esos medios la corrupción se torna galopante, puesto que ni siquiera tienen el freno de una Contraloría Nacional. Como si ese asalto fuese de poca monta, cabalga en el objetivo de deslizar la codiciosa garra por los fondos de pensiones y convertirlos en caja menor de sus proyectos. Mientras, barruntan una suerte de camisa de fuerza a las tropas. En tanto, el gobierno amenaza con paralizar la industria petrolera y los violentos atentan contra su infraestructura. Y ahora su jefe de campaña gerencia Ecopetrol.
Frente a un panorama de involución política colombiana e hispanoamericana, tan oscuro, retardatario y negativo, no cabe otra cosa que enarbolar las banderas de los principios, de la libertad, la democracia, el imperio de la ley, la defensa de las instituciones y del orden, que nos garantizan la civilidad y el desarrollo.
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