Las realidades del mundo de hoy han dado lugar a que la política exterior de los estados enfrente, cada día que pasa, mayores desafíos.
En el pasado quedaron ya las dificultades para comunicarse y una especie de visión insular producida por la distancia física y la imposibilidad de intercambiar información rápidamente.
Ahora todo se mueve a un ritmo febril. Tanto es así, que las viejas fronteras entre lo nacional y lo internacional desaparecieron.
Para un país como Colombia, por ejemplo, los grandes temas nacionales son, a la vez, asuntos de incidencia global.
La lucha contra el problema mundial de la droga es un flagelo doméstico, sin duda.
Pero, se trata de una materia de preocupación universal.
Promover y proteger los derechos humanos hace parte de los deberes que tenemos internamente. No obstante, su defensa convoca las energías de la comunidad democrática internacional.
Combatir eficazmente la criminalidad es un objetivo que responde a los derechos de la ciudadanía en nuestro suelo.
Sin embargo, la globalización convierte muchas manifestaciones de la delincuencia en un verdadero fenómeno transnacional amenazante.
Conseguir el desarrollo sostenible, es decir, conservar produciendo y producir conservando, es un reto formidable para las autoridades colombianas.
Empero, las herramientas para lograrlo no son solo producto de la voluntad de los poderes nacionales, sino el resultado de complejas negociaciones multilaterales, mediante las cuales se definen marcos regulatorios y, por lo tanto, obligatorios para los estados que suscriban esos compromisos.
Lo mismo puede decirse con respecto a la gobernabilidad democrática, el comercio internacional y muchos otros aspectos que inciden sobre la vida de los pueblos.
En este orden de ideas, debe tenerse en cuenta que Colombia es un actor global.
Muchos, si no todos, de los temas que definen el perfil de la situación nacional, son asuntos sobre los cuales tiene puestos los ojos el mundo entero.
La atención que existe sobre ellos no es la de comentaristas desinteresados, ni la de académicos preocupados solamente por las ideas.
Esas inquietudes se convierten en acciones y decisiones concretas, que, una vez tomadas, producen impactos de diferente magnitud.
Como las cosas son así, Colombia tiene que jugar un papel más dinámico, propositivo, creativo, mejor, de liderazgo, en el plano internacional.
Además, la estructura bipolar de la guerra fría desapareció, para darle lugar a un orden incierto caracterizado por el nacimiento de nuevos centros de poder, alianzas y coaliciones coyunturales, y temas transversales de naturaleza completamente distinta a la ideológica que predominó en el pasado.
En el siglo XXI lo que importa es cómo se fortalece el comercio internacional, de qué manera se logra el objetivo de convertir en hechos eficaces la responsabilidad compartida y el enfoque integral y equilibrado en la lucha contra el problema mundial de la droga, en qué forma se consigue proteger, de verdad, los derechos humanos, y cuál es el mejor camino conducente a la meta del desarrollo sostenible, para mencionar apenas algunos puntos.
Es decir, que las alianzas, coaliciones y entendimientos, deben construirse en procura de logros concretos que permitan vivir y trabajar tranquilos.
Todo lo anterior, desde luego, sobre la base de la democracia, la transparencia y el emprendimiento privado.
Hablar, entonces, de liderazgo internacional de Colombia no es un sueño.
Se trata de una necesidad para tener buena política social, construir equidad y generar empleo.
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