“Narcotráfico es por titánica adicción estadounidense”
Jorge O. Melo concluye su reciente Historia mínima de Colombia diciendo que “la violencia es la gran tragedia de la sociedad colombiana del último siglo y constituye su mayor fracaso histórico” Esto también lo decía, de otro modo, el protagonista de la novela La Vorágine, del siglo veinte en Colombia “antes que me hubiese enamorado de mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”.
Ahora que el principal foco de conflicto ha sido extinguido con el acuerdo pactado con la guerrilla de las Farc, éstas se retiraron de zonas de su dominio en el sur y en el Pacífico, pero el gobierno no ocupó esas zonas y la violencia ha revivido. El vacío de poder fue llenado por el ansia consumidora estadounidense: su titánica adicción a los estupefacientes. Un negocio multimillonario en dólares que tiene un consumidor fijo, adicto, y cuyos protagonistas, los carteles norteamericanos de Nevada, de la Florida, de Chicago, de Nueva York son invisibles y operan con relativa impunidad ¿Quién los menciona? Pero son ellos las que manejan la distribución en el norte. Son ellos las que se quedan con las mayores ganancias de ese negocio. El hijo de Pablo Escobar, que conoce algo del asunto, calcula que la mafia norteña multiplica por cinco la ganancia por lo que reciben. ¿Pero quién los combate con esa saña cinematográfica como se hace acá o en México? Y a mano cambiada ¿quién no ha oído de los carteles de Sinaloa o de Medellín?
Sí, las fuerzas armadas nuestras dejaron sin copar las áreas por las que llevan medio siglo combatiendo. Estas volvieron a quedar marginadas, sin proyecto social, sin marco, ni pertenencia. Así que sin Estado y su presencia esas áreas son tomadas por otro para estado, que se impone con la flagrante ayuda internacional de los adictos norteños. Algunos solo se dan golpes de pecho sin mencionar esa causa estructural y mundial de fondo. Se prudencian. No se atreven a decir las cosas por su nombre.
Una réplica a gran escala de vacuidad que deja la ausencia de poder se está dando en toda américa. La paulatina entrega de E.U de sus áreas de influencia, su actitud defensiva, su enclaustramiento amurallado, sus gritos de grandeza interior mientras claudican ante el futuro, es un síntoma que repercute en la estabilidad continental. Y aún no aparece una fuerza lo suficientemente poderosa que los sustituya. Lo que ocurre en Brasil, país partido en dos; los desplomes venezolano y nicaragüense; el conflicto hondureño, salvadoreño, la incapacidad de la OEA, las sospechas de corrupción de los últimos y /o actuales gobernantes latinoamericanos, señalan una gran ausencia de cohesión continental y una estrella norte que seguir. Pero quizá se esté forjando otra estrella, un polo sur con unos criterios propios y un ánimo resuelto, ajeno al declive que se avecina en este siglo, del llamado gran sueño americano.
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