He leído con deleite la novela de Mauricio Vargas La noche que mataron a Bolívar, en la que narra las circunstancias que rodearon la nefanda noche septembrina que, por poco, nos hace pasar a la historia universal de la infamia como parricidas.
La novela recrea la hostilidad que se comenzó a vivir en las relaciones entre Bolívar y Santander a partir de 1826; fecha en la que el Libertador regresa a la Nueva Granada, luego de sus victorias militares en el Sur, y reasume el mando supremo. A seguidores de Santander, como Florentino González -en el que hace énfasis el narrador-, Azuero, Soto y Vargas Tejada los inquietaba la presidencia vitalicia y el senado hereditario que contenía la Constitución para Bolivia, en la que Bolívar creía para gobernar las nacientes repúblicas y dotarlas de estabilidad contra la anarquía.
Roto el consenso que se había construido alrededor de la Constitución de 1821, que le dio vida a la Gran Colombia, para contener los brotes de anarquía, Bolívar promueve la convocatoria de la Convención de Ocaña que debía reunirse en esa hidalga ciudad, en abril de 1828m con el fin de reformar la Constitución de Cúcuta que había previsto un plazo de 10 años para poder ser modificada.
La malograda Convención terminó de radicalizar el antagonismo y las diferencias advertidas sobre la concepción y la manera más eficaz de gobernar a la nueva república. Luego vino la declaratoria de la dictadura con la expedición del Decreto Orgánico del 27 de agosto del mismo año que deja sin vigencia la Constitución de Cúcuta; también elimina la vicepresidencia. Sobreviene la conspiración septembrina que produjo el destierro de Santander y la ejecución del almirante Padilla.
De entonces en adelante se comenzó a vivir una época de gran agitación que incluía los ataques en la prensa capitalina contra la persona del Libertador por parte de quienes él identificaba como estudiantes del Colegio San Bartolomé -seguidores de Santander- que trataban a Bolívar como tirano y con otros epítetos denigrantes.
Bolívar convoca el Congreso Admirable de 1830 para intentar conciliar las facciones que se habían creado y evitar la disolución de la Gran Colombia. El Congreso lo preside el General Sucre, a quien Bolívar consideraba su sucesor, y luego renuncia a la presidencia. Al mismo tiempo se desarrolla el movimiento separatista de Venezuela que lideraba Páez, que Bolívar trató de evitar. Lo propio hizo el Ecuador en 1830.
La novela de Vargas evoca estos acontecimientos que precipitaron la disolución de la Gran Colombia, el mayor sueño de Bolívar, y que determinaron el triste final de la parábola del Libertador. La narración sugiere que tras el atentado septembrino Bolívar no vuelve a ser el mismo. Desde ese desdoroso episodio, el deterioro de sus condiciones de salud se hizo progresivo, y lo mismo su fortaleza moral, que lo sume en profundas depresiones por la destrucción de su obra y el trato indigno que recibía de un sector de sus conciudadanos a quienes les había devuelto la libertad.
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