La información sobre el viaje de Petro a los Estados Unidos, abundante pero imprecisa, me obliga a referirme a un aspecto concreto: el discurso de Petro ante el Consejo Permanente de la OEA. No para mencionar que dejó esperando al Secretario de esa Organización una hora y cuarto, sino para hacer unos comentarios con ánimo constructivo.
Voy a comenzar por decir que, después de la reunión que tuvo con la congresista republicana María Elvira Salazar, ésta comentó que “es un presidente que divaga para no decir nada y eso es lo que hacen los socialistas” y se refirió expresamente a cuestiones como la afirmación de que “el sistema de salud de Cuba es mejor que el de Colombia”. No le falta razón a la congresista. Oí completo el discurso ante la OEA; muchas divagaciones sobre el futuro de América Latina en la minería descarbonizada, muchas críticas al sistema democrático fósil y algunas propuestas al futuro, como el regreso de Venezuela (y Cuba ¿por qué no?) al sistema interamericano de derechos humanos.
El sistema interamericano de derechos humanos está contenido en la Declaración americana de 1948 y en la Convención Americana sobre Derechos Humanos de 1969, que entró en vigor en julio de 1978, y tiene dos protocolos, sólo uno de los cuales, el Protocolo de San Salvador sobre Derechos económicos, sociales y culturales, está en vigor. La Convención se conoce también como el Pacto de San José.
Paralelamente, existe un instrumento, que no es un tratado sino una declaración, aprobado por la Asamblea Extraordinaria de la OEA celebrada en Lima en 2001, que se llama oficialmente Carta Democrática Interamericana, el cual “reconoce que la democracia representativa es indispensable para la estabilidad, la paz y el desarrollo de la región” , destaca la importancia de los derechos humanos, los derechos económicos, sociales y culturales, la lucha contra la pobreza, el medio ambiente sano, el derecho de los trabajadores de asociarse libremente, la educación y la plena e igualitaria participación de la mujer en las estructuras políticas, y contiene una larga serie de disposiciones que contemplan, por ejemplo, que “la ruptura del orden democrático o una alteración del orden constitucional que afecte gravemente el orden democrático en un Estado Miembro constituye, mientras persista, un obstáculo insuperable para la participación de su gobierno en las sesiones de la Asamblea General”.
Pues Petro llamó “Carta Democrática” a la Convención de Derechos Humanos. Y lo digo porque, aunque los medios no lo captaron, dijo que se inició en 1969 y Colombia ratificó “en 1972” (fue en 1973). Luego habló de “rehacer la Carta Democrática”, es decir aquella que le devolvió en una sentencia de la Corte Interamericana (no de la CIDH como dicen los medios) los derechos políticos que le había arrebatado “un fascista”, léase el Procurador Ordoñez, lo cual coincide con la Convención. ¿Rehacerla cómo? Incorporando los derechos de la mujer y los “derechos” ambientales, de los ríos y de los animales y creando una democracia, pero no la de Europa o los Estados Unidos, sino una universal. Probablemente pensó que los derechos de la mujer y el medio ambiente no los respetan en esas regiones.
Lo que quiero puntualizar, para ligar con lo que dijo la congresista Salazar, es que, como Petro no escribe los discursos, se equivoca: Llamar a la Convención americana de Derechos Humanos “Carta democrática”, en un recinto dónde todos saben que son distintas e identificables, es un error, en mi opinión imperdonable, en un jefe de estado. Peor que llegar tarde es improvisar y no estudiar los temas y el auditorio.
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