El quinto viaje de José Antonio

 

Destacan las reseñas sobre la exhumación de los restos de José Antonio Primo de Rivera la discreción de su traslado desde el antes llamado Valle de los Caídos hasta el cementerio de San Isidro y, en consecuencia, la escasa o nula presencia de los eventuales simpatizantes de la Falange que hubieran querido rendirle homenaje.

Mejor así. La familia ha tenido el acierto de convertir el traslado en un acto estrictamente privado. Nada que ver con el tercero de los viajes del cadáver (el primero, desde el patio de la cárcel a una fosa común, el segundo desde la fosa común al cementerio de Alicante), cuando en noviembre de 1939 fue llevado a hombros desde el nicho 515 del camposanto alicantino hasta la basílica de El Escorial.

Nada que ver con el cuarto de los viajes, hecho con la misma solemnidad -mucho más llevadero a los hombros de sus camaradas-, desde El Escorial hasta el Valle de los Caídos en 1959. Y absolutamente nada que ver con este quinto viaje, el del lunes pasado, con el desmedido culto póstumo que se rindió a la figura del fundador de la Falange Española durante los treinta y cinco años del régimen franquista constituido sobre los restos de cientos de miles de muertos de la guerra civil, muchos de los cuales solo hicieron el viaje desde el pelotón de fusilamiento hacia la fosa común. Y allí siguen muchos de ellos.

El presentismo nos remite a las presuntas intenciones electoralistas del que, espero, sea quinto y último viaje de este represaliado de la Segunda República que luego se convertiría en la aparatosa coartada ideológica del franquismo. Si realmente esta es la intención del Gobierno, coherente con el anterior traslado de Franco al cementerio de El Pardo, también en vísperas electorales, me parece que es pólvora mojada. Sencillamente, porque la inmensa mayoría de españoles no sabe quién fue José Antonio Primo de Rivera. Y la minoría que sí lo sabe no va a las urnas condicionada por acontecimientos de hace ochenta y siete años.

Ya sabemos que se trata de aplicar el espíritu y la letra de la Ley de Memoria Democrática, inspirada en la decisión política de acabar con los símbolos convertidos en lugares de exaltación de una dictadura de amarga memoria. Pero ya que con ese tipo de decisiones se nos invita a volver la vista atrás, procede constar que José Antonio Primo de Rivera fue una víctima de aquellos acontecimientos por partida doble.

Por un lado, pagó con su vida la falta de garantías constitucionales cuando la España republicana lo llevó ante el pelotón de fusilamiento. Por otro lado, su legado político fue instrumentalizado como elemento vertebrador del franquismo.

 A Primo de Rivera jamás se le hubiera pasado por la cabeza que acabaría convertido en objeto de culto por decisión de aquel militar africanista del que le separaba un abismo espiritual y político.