Que las muertes de William Shakespeare y Miguel de Cervantes coincidan el 23 de abril es, a mi juicio, uno de los más grandes (y así también inexplorados) enigmas temporales de la humanidad. Más allá de una mera coincidencia cósmica, creo que este acontecimiento es la evidencia inapelable de que el destino del planeta es dirigido por inconmensurables fuerzas literarias que escapan a la comprensión de nosotros, los meros mortales. Por ello, no pude ser más feliz cuando mi novia aceptó conmemorar el “Shakespeare Day” inglés con un tour ilustrativo del legado de este famoso, y a la vez poco leído, autor por la rivera del Támesis, a falta de jurisdicción y competencia territorial para celebrar el “Día del Libro” español.
Y es que me atrevería a afirmar que, curiosamente, Shakespeare es el escritor más influyente que ninguno de nosotros jamás leerá. Sin lugar a dudas, todo colombiano en algún momento de su vida habrá tenido cierto tipo de contacto con su obra, bien porque sabe que los amores trágicos e imposibles son la especialidad de Romeo y Julieta, porque ha visto escenas referenciales de alguien hablándole a una calavera que sostiene en su propia mano o, simplemente, porque lloró viendo El Rey León y con ello se dejó conmover por una recreación en clave de Disney de la historia del príncipe Hamlet. Sin sospecharlo, 400 años después las obras de Shakespeare siguen esculpiendo nuestra cotidianidad.
Lo anterior es aún más paradójico si se tiene en cuenta que las obras de Shakespeare están libres de royalties por derechos de propiedad intelectual desde hace siglos y que, por ello, cualquiera podría ya no sólo leer de forma gratuita la totalidad de su material sino también utilizar extractos inmortales de su bibliografía como “¡Oh, ¡Romeo, Romeo! ¿Dónde estás que no te veo?”, “Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras”, mi favorito personal “¡Matemos a todos los abogados!” o el atemporal “Ser o no ser, esa es la cuestión” y explotarlos a su gusto, hasta imprimiéndolos en papel para envolver hamburguesas. Que algo así no pase y, a pesar de ello, su aporte a nuestra cultura sea tan significativo nos debería dar una idea de la potencia de lo que dejó escrito en vida.
Paseando por el frente de la placa que rememora la localización original del teatro “El Globo” en la Calle Park de Londres, intentamos explicarle a nuestra guía que la idea de contratar el tour era justamente conocer mejor a un autor sin tracción comercial en nuestros respectivos países, pero cuyos textos han sido determinantes para la historia de la literatura. Muy intrigados nos dejó cuando, en defensa de Shakespeare, alegó que, si bien tiene reputación de ser un autor complejo y enredado, no había nada más alejado de la realidad: “¡Recuerden que escribía para el pueblo! ¡3.000 personas no irían a verlo por función si fuera aburrido!”.
Tal vez tiene razón y deberíamos darle una oportunidad a Shakespeare, abriéndonos a conocer mejor a la pluma que, sin saberlo, forjó parte de nuestra identidad.
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