Señor presidente: usted no es rey, ni alcalde

Hasta poco después de la Revolución Francesa, los reyes eran dueños de vidas y haciendas. A ellos me refiero, porque los actuales, como Carlos III en el Reino Unido, reinan, pero no gobiernan. Ese mismo origen temporal tienen las democracias, aunque podríamos remontarnos a la griega de 500 a.C. o a la Escolástica española del s. XVI donde la soberanía reside en el pueblo. Pero en las democracias modernas, de la constitución de los Estados Unidos (1776) en adelante, las decisiones se adoptan por mayoría, siempre y cuando no se afecten los derechos fundamentales de las minorías y existe un sistema de pesos y contrapesos a través de la separación de poderes para evitarlo. Así lo prevé el sistema constitucional colombiano que crea tres poderes independientes, el ejecutivo, el legislativo y el judicial.

Petro ha afirmado que el artículo 115 de la Constitución, que dispone que el Presidente es el jefe de Estado, de gobierno y suprema autoridad administrativa de la nación, lo constituye como jefe del Fiscal general de la nación. Ignora que éste forma parte de la rama judicial, es independiente y no tiene superior jerárquico, ni siquiera la Corte que lo eligió. Esta enormidad jurídica ha sido rechazada por todas las mentes políticas serias, incluso por la mamerta HRW, y por la propia Corte Suprema que también es independiente y se ve amenazada.

Uno no le puede pedir a la gente corriente que conozca la Constitución. Sin embargo, Petro es el presidente y juró respetarla y, por consiguiente, debe conocerla. Pero él tiene una mentalidad socialista y para los socialistas la forma de gobierno es la autocracia, con un partido político único y una dictadura del proletariado.

Petro no se ha desenmascarado totalmente, pero empieza a mostrar partes de la piel de lobo y cree que, por haber sido elegido en elecciones limpias, es un rey del viejo cuño.

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Petro fue alcalde Bogotá, muy malo por cierto, en los años 2012-2015. Una de sus ideas, pero en eso se quedó, fue la de adelantar el metro de Bogotá en un trayecto muy corto y subterráneo. Peñalosa firmó el contrato del metro elevado y la alcaldesa lo ha echado adelante. Pero desde que subió a la presidencia, Petro ha tratado por todos los medios de que el metro sea subterráneo, aunque cueste el doble y se demore cinco años más. Un caprichito que no consulta el bien común. Primero quiso chantajear a la alcaldesa con retenerle lo que debe pagar el gobierno en los compromisos sobre el metro (Bogotá contribuye con el 25% del PIB nacional) y luego con no participar en los proyectos de ampliación del mismo (hubo que aceptarlo subterráneo en la línea dos) y en los trenes de cercanías. Y ahora trató de meter en el Plan Nacional de Desarrollo un mico (artículo 370) que en realidad era una vía legal para cambiar el diseño de la primera línea del metro de Bogotá. El Congreso no se tragó el cuento.

Señor presidente: Bogotá se gobierna a través de la alcaldesa y del Concejo, no de la presidencia.

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Coda: En una ceremonia en España donde todos estaban de frac, incluso el rey, Petro asistió con un brillante traje calentano porque el frac “es un símbolo que tiene que ver con las élites, con la antidemocracia”. La Minminas se fue de tenis a una ceremonia igualmente formal. Petro convocó a los más importantes industriales y no llegó porque, según dijeron, no le gusta madrugar. Eso, en buen romance, se llama mala educación