El día que no conocí a Hernán Díaz

El pasado julio, echando un vistazo a la lista recién anunciada de semifinalistas al Booker Prize, el prestigioso galardón británico de literatura, el nombre de Hernán Díaz y su libro “Trust” captaron mi atención. No tenía ninguna referencia sobre él, así como de ninguno de los otros doce nominados, pero tras investigar un poco confirmé mis sospechas: era argentino y eso haría que, de llegar a ganar el premio el siguiente octubre, sería el primer hispanohablante en hacerse con aquel codiciado título reservado a novelas escritas originalmente en inglés. Olí la chiva noticiosa, ya saboreaba la exclusiva. Entonces hice lo que cualquiera en mi posición habría hecho. Le mandé un e-mail.

Resulta que Hernán Díaz es profesor del Departamento de Culturas Ibéricas y Latinoamericanas de mi universidad en Nueva York y tal vez por ello su respuesta a mi petición de unos minutos al teléfono no tardó en llegar, aunque no en el sentido que yo buscaba. La nominación al Booker Prize es un gran escaparate que llena tu agenda durante meses y, por ello, Hernán Díaz me ofreció un trueque de los cinco minutos de la llamada por un intercambio epistolar de preguntas. Una alternativa que, francamente, no agregaba valor a la columna que pensaba escribir. Como ya hice con Orhan Pamuk o Isabel Allende, cuando escribo sobre un autor, consigo extraer mucho más sobre su esencia de un encuentro fortuito en un ascensor que de una entrevista escrita. Entonces hice lo que cualquiera en mi posición habría hecho. Lo dejé en visto.

Meses después se presentó una nueva oportunidad en un viaje relámpago con mi novia a Nueva York. Era un plan a prueba de fallos: iríamos a comprar algunos souvenirs a la tienda de la Universidad de Columbia y luego haríamos una visita de médico a su despacho que estaba a sólo calle y media para saludarlo. O eso pensaba, pero entre una cosa y la otra (que si tiene esta camiseta en talla M, que dónde quedan los baños, que si esta chaqueta viene también en azul, etc.), se nos fueron las horas y para cuando habíamos terminado, ya era hora de recoger las maletas y tomar rumbo al JFK. Otro encuentro frustrado por la azarosa serendipia.

Mi última chance fue en marzo, cuando Hernán Díaz presentó “Fortuna”, la traducción de su laureada novela, de la mano de su editorial a escasas cuadras de mi oficina. Cuando lo vi no podía creerlo, yo que había ido a buscarlo sin éxito y la providencia que me lo traía casi a la puerta de casa, pero entonces el destino volvió a aterrizarme en la realidad, pues el evento había tenido lugar hacía dos días y, para entonces, Hernán Díaz ya estaría en Nueva York escribiendo la próxima gran novela americana.

Así pues, podrán entender mi estupefacción y arrepentimiento cuando, semanas atrás, Hernán Díaz ganó el Premio Pulitzer de ficción. Ahora simplemente deseo con todas mis fuerzas que también se gane el Premio Nobel para hacer lo que cualquiera en mi posición haría. Presumir que le hice ghosting por e-mail.

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