Fenómenos recientes en la sociedad internacional nos permiten lanzar la idea de un nuevo tipo de sistema político: el ‘gerifaltismo’.
Un gerifalte es, al mismo tiempo, un personaje que descuella en el ejercicio del poder y que ejerce autoridad de manera aparentemente democrática.
Aparentemente, porque, en el fondo, lo que hace es enmascarar sus actos con maniobras retóricas y cesarismo en dosis tales que termina detentando el poder (o sea, abusando de él).
Gracias a sus habilidades carismáticas, este dirigente consigue a veces deslumbrar a copartidarios e, incluso, a quienes alguna vez fueron sus oponentes, de tal forma que gracias a ese magnetismo logra gobernar.
Pero, claro, estos mecanismos no siempre son coherentes y, por el contrario, la adhesión que el dirigente procura en ciertos sectores sociales bien definidos es inversamente proporcional a su incongruencia intelectual.
Incongruencia que en muchas ocasiones se confunde con rasgos de “genialidad”, precisamente por lo crípticos, confusos e improvisados que resultan tanto el discurso como el proyecto político propiamente dicho.
Lo que sucede es que, a medida que gobierna, este aparato de poder va refinando su magnetismo original con altas dosis de populachería o sea, aquella frívola atracción que se consigue mediante halagos, canonjías, y la explotación vulgar de las pasiones.
Como si fuera poco, el controlador se encarga de sembrar desconfianza en torno a las instituciones que ha prometido respetar, con lo cual, recurre directamente a la población para ensalzar, justificar y refrendar sus decisiones y decretos, sumergiéndose progresivamente en una especie de táctica plebiscitaria permanente.
Entonces, mezclando sus encantos con prebendarismo, el conductor va enquistándose progresivamente en el poder hasta horadar los cimientos de la democracia sin necesidad de apelar a la violencia directa, aunque, eso sí, promoviendo exhibiciones de fuerza correligionaria y oclocrática que incrementan su fortaleza patrimonialista.
Es así como logra anestesiar a las fuerzas destinadas a ejercer oposición razonable y logra, paradójicamente, banalizarlas, desactivarlas y hasta diluirlas.
Tarea que, en principio puede parecer titánica, pero que, en verdad, cuenta, en no pocas ocasiones, con la propia ineptitud y vacuidad de tales opositores, dedicados al simple parloteo altisonante.
En pocas palabras, el gerifaltismo (la ‘democracia gerifáltica’) está de moda.
Y es justamente lo que está sucediendo en algunos países que sirven como ejemplo : Hungría, Nicaragua, Polonia y Bielorrusia, tan solo para poner algunos de los casos emblemáticos que muestran la proliferación del flagelo.
Todo un desafío para los tiempos que corren.
Porque disfrazados de respeto hacia el pluralismo y la separación de poderes, los gerifaltes van apropiándose de las instituciones hasta caricaturizarlas e instrumentalizarlas a su antojo, a su acomodo y sin recato alguno.
vicentetorrijos.com
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