Hay tres dimensiones que ayudan a entender mejor la conducta ilegal de aquella clase política protagonista de los recientes (y también de los viejos) escándalos en torno al poder.
Primero que todo, está la cuestión comportamental.
Por supuesto, pululan en la plaza pública quienes gozan vociferando, “¡condénenlos, confínenlos, ejecútenlos!”.
Pero si se explora cada caso en particular, pueden encontrarse claves conductuales interesantes y bien generalizadas.
Una de esas claves estremecedoras puede ser la relación entre filicidio y parricidio.
Se trata de muchos hijos que se sienten aborrecidos por sus padres y que luego perciben en ellos la intención de manipularlos como fichas de ajedrez, abandonarlos a su suerte y tratar de destruirlos.
A la inversa, muchos hijos evaden su responsabilidad como cómplices para endilgarles a sus padres el origen de todos los males y terminar delatándolos a cambio de subrogados penales.
En otras palabras, todo un drama psiquiátrico que puede llegar a impactar sensiblemente los cimientos mismos de la institucionalidad, al extremo que los ciudadanos llegan a preguntarse, “¿qué es preferible en este caso: mantener a un dirigente en el poder o caer en las manos del suplente?”
Luego aflora el esnobismo.
Se trata de esa tendencia a imitar, parecerse, o ser reflejo de aquellos a los que se considera como personajes notables, o sea, el compulsivo afán por hacer parte del “notablato”.
Y ese problema, que puede ir de la mano del arribismo, contamina de tal forma al sistema político que en el seno de una misma familia, facción o coalición pueden proliferar las disfunciones, afectándose gravemente la estabilidad del sistema.
Por último, se puede llegar, en clara correspondencia con las dos dimensiones anteriores, a lo que, en una columna anterior, hemos llamado ‘gerifaltismo’.
Se trata -entre otras cosas-, de la pérfida megalomanía que lleva a algunos novatos y seniors de la política, a hacer lo posible y hasta lo imposible (mezclando traición, prevaricato, usurpación, cesarismo, oclocracia, patrimonialismo…) con tal de detentar el poder, entronizarse y perpetuarse a cualquier precio.
Cosa esta que, en términos prácticos, puede tener enorme repercusión sobre la convivencia medida en función de la legitimidad.
En definitiva, se trata de un escenario de alta complejidad que solo puede manejarse con solvencia si los implicados en este tipo de conmociones asumen a fondo y sin reservas su total responsabilidad.
Pero también si los mecanismos institucionales de regulación y sanción operan con sindéresis y autonomía.
Y, sobre todo, si el ciudadano puede expresarse libre y limpiamente en las urnas -como seguramente sucederá en Colombia el próximo 29 de octubre- definiendo el rumbo político de acuerdo con sus criterios de necesidad y conveniencia.
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