En el cruce de las calles Manuel García Conde con Argüelles, en la española ciudad de Oviedo, hay un roble solitario que, como un silencioso testigo de la historia, se alza vigoroso y vital en medio de la inhóspita esplanada que flanquea uno de los costados del Teatro Campoamor. Su nombre es “Carbayón”, de la palabra carbayu, que en la casi extinta lengua local (el “bable”) se utiliza para denominar a los árboles de su especie, y es un símbolo tan característico de su gente como el inmenso legado cultural que el Principado de Asturias ha regalado a los lectores de todo el planeta: el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Sin duda, el galardón de habla hispana más importante de la literatura.
Entregado todos los octubres desde 1981 en el Teatro Campoamor de las manos del mismísimo Rey de España, el Premio Princesa de Asturias de las Letras es muy seguramente el único reconocimiento literario de nuestra lengua que puede sentarse a la misma mesa con el Nobel de Literatura sueco, el Pulitzer americano o el Goncourt francés. Un codiciado trofeo que, a pesar de adolecer de un inexplicable desconocimiento en Colombia, puesto que Álvaro Mutis se lo trajo a casa en el ya extraviado año de 1997, cuenta a su favor con la envidiable tradición de un acucioso jurado, cuyo premonitorio criterio a la hora de elegir los ganadores forzosamente nos lleva a elogiar ese buen ojo asturiano que tienen.
Y es que los ejemplos son tantos que ya la cosa no parece coincidencia. Fueron ellos quienes encumbraron a Mario Vargas Llosa (1986) más de dos décadas antes de que su nombre fuera leído en Estocolmo (2010), a Camilo José Cela (1987) dos años antes de que la Academia Sueca le inmortalizara (1989) y a Doris Lessing (2001) un lustro y pico antes de que la elevaran al Olimpo literario con el Premio Nobel (2007).
Pero de todos, el caso que más eriza la piel ante la precisión carbayona es el del autor alemán Günter Grass, quien, tras ser anunciado a principios de 1999 como el titular del Premio Príncipe de Asturias de aquel año, se vio doblemente sorprendido cuando, días antes de aterrizar en Oviedo para recoger su estatuilla, recibió la llamada de la Academia Sueca que todos los escritores esperan. Un spoiler literario de alto turmequé en toda regla.
Desde entonces, el Premio Princesa de Asturias ha ungido sin miramientos a grandes autores que, como Margaret Atwood (2008), Anne Carson (2020), Paul Auster (2006) e, incluso, el tristemente ido Philip Roth (2012), suenan, o sonaron, cada año con fuerza en las quinielas del Premio Nobel de Literatura. Por ello, la expectativa este 2023 es máxima tras la reciente designación como ganador de Haruki Murakami.
A lo mejor y lo que le faltaba a este escritor japonés para doblegar las dudas que en torno a él circundan Estocolmo era bañarse con los quilates de este premio, dejarse fotografiar en el Teatro Campoamor y abrazar al perenne Carbayón mientras colapsa Oviedo. En el otoño lo sabremos.
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