Uno de los temas reiterativos de Álvaro Gómez Hurtado, en los últimos meses de su ardorosa lucha contra el régimen, era el de la descomposición moral de la política en Colombia. Solía decir que no tenemos política, puesto que ella estaba presa de un montón de compromisos. Los compromisos son el elemento determinante de toda la vida civil colombiana. Esos compromisos son más importantes y más decisorios que la propia Constitución. Aquí no se puede hacer política porque la gente está comprometida, sobornada, está claudicando ante las perspectivas de un contrato, de una embajada, ante la amenaza de una acusación.
Así, mucho más que un gobierno hay un régimen. El gobierno hace parte del régimen, hace parte el congreso, hacen parte los periódicos, los grupos económicos. Ellos tienen sus vinculaciones visibles e invisibles, de manera que no hay lo que uno busaca en la política. Uno tiene una oferta. Si la propuesta es buena debe producir la solidaridad. En cambio, lo que vemos, es que no se busca la solidaridad por convencimiento, sino por interés y complicidades.
En cuanto al Partido Conservador consideraba que si un gobernante de otro signo político decía que estaba pensando en la posibilidad de darles un puesto se quedaban apoltronados en la banca, esperando ese destino. Y es lo que hemos visto en todos estos años, un conservatismo entregado a los sucesivos gobiernos, sin atender a su doctrina e ideales.
Como las cosas estaban tan mal y oteaba un futuro sombrío para Colombia, resolvió combatir el Régimen. Esto, como se recuerda, se hizo público durante el gobierno de Ernesto Samper. Lo sorprendente es que los ataques al Régimen del distinguido estadista colombiano se hacían desde las páginas editoriales de El Nuevo Siglo y en recintos pequeños, como entre amigos. En auditorios diversos, entre los militares, entre profesionales independiente o jóvenes estudiantes. Militares, clérigos y hasta jovencitos de primaria con los que hablaba de historia, puesto que ellos eran el mañana. Así como en ocasionales intervenciones radiales o por televisión o en su propio programa de televisión, el mensaje denunciando el Régimen fue cobrando una fuerza descomunal. Entonces, la gente del pueblo, los sin partido, los ciudadanos de arriba o los de la base lo paraban en la calle, para felicitarlo y mostrarle su solidaridad. Era evidente que había dado en el clave del malestar nacional, por cuenta de la falta de una política grande, la falta de compromiso y ausencia de grandes miras.
En el fondo, la gran mayoría de los colombianos sabía que la pequeñez política de los dueños del Régimen, dentro y fuera de la política, le habían cerrado el paso cuando aspiraba a ganar el voto popular para llegar a la presidencia. Los amos del poder no gustaban de sus innovaciones y sutilezas verbales, que ponían en duda su predominio. Por lo que los conservadores se dividían cuando asomaba su candidatura y los contrarios se unían, había un temor contra su influjo, por su talento y por cuanto sabían que no sería servil frente a los poderosos. Los viejos temores, los estribillos y lugares comunes en su contra, con el tiempo entre el pueblo se disiparon y le dieron una inmensa popularidad puesto que saltaba a la vista que era un estadista superior con suficiente carácter como para combatir el Régimen hasta su destrucción.
Es, precisamente, por esa misma razón que unos cuantos años antes lo había secuestrado el M-19. Puesto que entendían que era el único estadista independiente que merecía respeto. Así me enteré de algo que nunca ha salido en los medios de comunicación y es que el joven que dirigía el comando que lo captura, antes de hablar con él en la vivienda a donde los llevaron, pese a tener la cara cubierta, antes de presentarse frente al jefe político reducido de momento a la impotencia, resolvió llegar con la metralleta y ponerse una corbata para mostrarle su respeto. Y el estadista le pregunta con voz sosegada; ¿ustedes me van a matar? El joven del comando le dice que no y que es un secuestro exclusivamente político.
A partir de ese momento y durante su secuestro Álvaro Gómez, les dicta a sus captores una cátedra de alta política y habló de sus ideales, lo que caló en algunos y según parece suscitó debates internos. Pese a esa notable relación, Antonio Navarro, apoya la defenestración ideada por Alfonso López Michelsen, como por César Gaviria, lo que contribuye a la paradoja de que el gran estadista no fuese presidente y que ahora Gustavo Petro, un mando medio del M-19, nos gobierne.
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