En un mundo donde lo inaudito se ha vuelto tan usual que es prácticamente imposible sorprenderse, que alguien como el presidente brasilero tenga la capacidad -rayana con el don sobrenatural- de sorprender como lo hace con su posición frente a algunas cuestiones internacionales. No sólo porque su posición sea la que es -a fin de cuentas, tiene un derecho personal a opinar como quiera y, además, una investidura institucional que le da la potestad de hacerlo con autoridad superior-, sino por la forma en la que suele expresarla. Parece como si simplemente fuera por ahí, desgranando palabras a la manera de quien sopla un diente de león, dejando que el viento arrastre los vilanos, y pidiendo un deseo con la fervorosa convicción de que habrá de cumplirse; mientras otros contemplan atónitos la puesta en escena y se preguntan qué suerte correrán (y traerán) las erráticas semillas.
Es lo que ha hecho a propósito de la guerra en Ucrania, para efectos de la cual el inquilino de Planalto funge como portavoz oficial del ambosladismo y como autodesignado agente oficioso de lo que algunos llaman “sur global”, tan a menudo invocado como precariamente definido. En tal condición, y acaso porque tiene de sí mismo una idea proporcional a la extensión del país que gobierna, no ha dejado de peregrinar de aquí para allá, reprochando a Rusia la invasión y a Ucrania la guerra, y anunciando ora una “coalición de paz” que nadie sabe aún quiénes conforman, ora una “vía media” de la que se ignora a dónde habría de conducir. Que coseche aplausos no prueba nada a su favor. Lo que más se aplaude es lo que más entretiene.
(Entretener: Distraer a alguien impidiéndole hacer algo | Hacer menos molesto y más llevadero algo | Divertir, recrear el ánimo de alguien | Dar largas, con pretextos, al despacho de un negocio).
Ocasión de entretener también ha tenido por cuenta del régimen de Maduro. Se le ha visto orquestando la reinserción del mandamás venezolano (sin desmovilización ni desarme, para completar la metáfora) en el multilateralismo suramericano, al tiempo que instaba a reafirmar el compromiso regional con la democracia y los derechos humanos. Se le ha oído decir que la crisis multidimensional provocada por el chavismo y agravada por Maduro no es más que “una narrativa que decía que (el régimen) era antidemocrático y autoritario”, y que Venezuela es víctima de “una intervención extranjera” (es poco probable que se refiera a la cubana, que lleva décadas cebándose allí). Hace tan solo una semana espetó, sin sonrojo, la especie de que “la democracia es relativa”, como lo prueba el hecho (esgrimido por él como argumento) de que “en Venezuela hay más elecciones que en Brasil”.
Pequeños equívocos que ojalá carecieran de importancia. Pero la tienen. Para Brasil, que siempre ha querido ser el país del futuro, y sigue sin saber de cuál. Para la región, que parece resignarse a cohabitar con dictaduras. Y para el mundo, que quizá merece una “multipolaridad” mejor que la ofrecida por sus adalides más visibles y sonoros, entre ellos el presidente brasilero.
* Analista y profesor de Relaciones Internacionales
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