Estando por estos días en Roma, leyendo L' Osservatore Romano, encontré el momento de reflexionar nuevamente sobre unas palabras del Papa Francisco en relación con la economía equitativa e inclusiva, que debe ser la respuesta a una política social de largo plazo, ya que de la exclusión y de la inequidad se crea cada vez un número mayor de desheredados y de personas que se ven descartadas y discriminadas como improductivas e inútiles.
Los denominados "nuevos modelos de progreso" no siempre están orientados al servicio de la persona humana, al bien común y al desarrollo integral inclusivo, junto con el crecimiento del trabajo y la inversión social, sino que en la mayoría de los casos son modelos que llevan al empobrecimiento de muchos y al enriquecimiento de unos cuantos, delicada cuestión humanitaria que hace parte de la crisis moral en la que vivimos.
Mucho más allá de un Estado asistencialista, Colombia debe analizar de qué forma, para lograr la paz verdadera, se han de encontrar respuestas políticas, sociales y económicas de larga duración a las problemáticas que, como dice Francisco, "superan los confines nacionales y continentales e involucran a toda la familia humana".
El llamado a la solidaridad global, para que le den un premio Nobel a Santos, debería incluir antes que nada, cómo se va a superar la pobreza que deja el conflicto, lo cual no es solo un problema económico, sino, sobre todo, un problema de moral, de una rendición de cuentas en esa vía, la "moral accountability", a la cual me refería recientemente en este espacio.
Sobre ese particular, el miércoles anterior Francisco instó a un grupo de pobres franceses a "rezar para que se conviertan los culpables de vuestras pobrezas y cambien de vida los hipócritas, los ricos, aquellos que ahora ríen y a quienes les gusta adularlos".
Expresó el Pontífice que con los necesitados se debe compartir la vida y no teorías económicas abstractas, esto se aplicaría en medio de este vacío institucional y político en el que estamos y vamos a estar con la forma como descuadernaron la constitución de 1991.
Contra la exclusión, señaló, es importante contar con una justa distribución de los recursos, la garantía del trabajo digno y también la esperanza de un futuro para los jóvenes; ese fue otro de sus mensajes y por eso, aquí si resalto la reciente sanción de la ley 1780 en el mes de mayo, que debe afrontar con no menor urgencia, los temas de desocupación juvenil, pues la falta de apoyo a este importante grupo poblacional, le roba la esperanza y los deja sin la posibilidad plena de desarrollar su creatividad.
Mantengo la esperanza en que nuestros dirigentes sigan luchando por el perfeccionamiento del orden temporal para construir una nación -y hasta un mundo- de auténtica solidaridad.
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