En estas dos últimas semanas se realizaron de los Estados Unidos las dos convenciones partidistas de los republicanos y de los demócratas, para escoger a sus respectivos candidatos presidenciales. Por los primeros fue elegido el magnate Donald Trump. Por los segundos la senadora Hillary Clinton. Ambos eventos constituyeron verdaderos espectáculos circenses, que fueron televisados a cuarenta millones de televidentes. A diferencia de nuestras convenciones políticas, a éstas asisten todos los estamentos sociales y culturales del país. Son verdaderas fiestas de la democracia moderna.
Como suele suceder en este tipo de acontecimientos la emoción imperó sobre reflexión y lo adjetivo sobre lo sustantivo. En los lares republicanos la audacia y falta de escrúpulos de Trump terminó por imponerse y en los demócratas el peso de una maquinaria muy bien aceitada favoreció a la Clinton. Mientras el anaranjado multimillonario derrotó a diez y seis contrincantes, la ex primera dama logró neutralizar, después de una lucha sin cuartel, al socialista Bernie Sanders, quien fue la gran revelación de las primarias. Como resultado, los demócratas ahora son más izquierdistas y los republicanos más derechistas.
En todo caso la lucha hasta ahora ha sido muy encarnizada y amenaza con serlo aún más en los últimos cien días de campaña por el Salón Oval. Es indudable que la presencia de las nuevas tecnologías está tornando estas justas electorales mucho más mediáticas y determinantes, y ninguno de los dos bandos se ha ahorrado un dólar, hasta el punto que se calcula que entre ambos se gastaron en esta etapa por lo menos doscientos millones de dólares que, según analistas serios, ha sido el costo total de las campañas en el pasado.
Es evidente que lo previsible correrá por cuenta de la Clinton y lo imprevisible por la de Trump. Sus partidarios se han ampliado a fondo para dejar claro que mientras la gran experiencia de la primera es una garantía seria de lo que hará en el puesto al que aspira, las credenciales de empresario exitoso le permitirían al segundo administrar el gobierno con independencia y con éxito. De todas maneras el miedo se ha apoderado del electorado, especialmente por la manera como ha venido comportándose el candidato republicano, hasta el punto que sus adversarios lo han dudado en tacharlo de ser un verdadero fraude.
Un triunfo de Clinton es garantía de que las políticas de Obama seguirán su curso y no habría lugar para que la economía no continuara su reconstrucción. Una victoria de Trump podría la mesa patas arriba, De ahí que muchos republicanos estiman que su partido fue secuestrado y que de perder podría dejar de liderar las cámaras legislativas y quedaría desvertebrado. Por ahora lo único cierto es que la pelea estará para alquilar balcón y que el resultado será muy reñido.
Adenda
Como antiguo discípulo de los jesuitas me indigna que por intereses económicos y sin ninguna caridad cristiana, el Hospital de San Ignacio interrumpa operaciones quirúrgicas vitales.
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