No hay palabras para describir la aterradora masacre ocurrida el 14 de julio en Niza, ni el dolor, horror y desconcierto que sentimos. Este fue un ataque sin compasión, ni razón, contra familias completas que inocentemente disfrutaban de la celebración del Día Nacional de Francia.
Tendidos en el piso quedaron más de 80 cuerpos, muchos de ellos desmembrados, de abuelos y niños, de mujeres embarazadas y jóvenes adolescentes, de padres e hijos. Asesinados por la fuerza de un camión de 18 toneladas, manejado por un joven de origen tunecino; uno de esos rabiosos lobos solitarios cegados por el odio que los yihaistas promocionan por todos los medios, especialmente en las redes sociales.
Con los recientes y mortales ataques, el ocurrido en el club gay de Orlando y este de Niza, planeados de manera independiente por cualquier musulmán cargado de ira contra Occidente, queda claro que Isis encontró el arma perfecta para crear pánico y lograr ataques de alto impacto, destrucción masiva y de gran poder mediático.
El uso de jóvenes inmaduros, solitarios, casi con seguridad desempleados, con rencores y odios acumulados contra los países occidentales donde viven pero detestan, ha probado ser de gran efectividad. Estos jóvenes, impresionables y fáciles de manipular, para los que morir matando infieles es llegar al paraíso como héroes del islam, son un arma perfecta y letal.
El lobo solitario es un arma terrorista sin igual, en extremo económica, que no arriesga sino la vida del personaje o personajes que ejecutan los ataques; vidas que poco o nada cuentan para los líderes de Isis.
Órdenes como la emitida por el portavoz del Estado Islámico, Abu Mohamed al Adnani: “Si pueden matar un infiel estadounidense o europeo, especialmente un malvado y sucio francés, o cualquier otro infiel, entonces confíen en Alá y mátenlo de cualquier manera. Golpeen su cabeza con una piedra, degüéllenlo con un cuchillo, aplástenlo con un automóvil, láncenlo desde lo alto, estrangúlenlo o envenénenlo”, impulsan, justifican, aun se podría decir santifican, los crímenes de estos jóvenes musulmanes.
Parte del problema es el culto a la violencia que vivimos. El cine, la música, la literatura, aun el arte, son violentos. No es acaso la serie Juego de tronos, la más vista en el mundo, una verdadera apología a la violencia y la crueldad. Esta es, como nunca antes, una juventud fascinada por la capacidad de matar y hacer el mal.
También es un factor el inmenso despliegue mediático que el asesino recibe. De ser un desconocido pasa a la primera página de todos los medios, entra a la historia como un astuto criminal. Sus métodos son comentados, casi ensalzados, por su sanguinaria eficiencia.
Detener a estos terroristas que hacen de cualquier cosa un arma mortal, que planean sus ataques en silencio y soledad, es de extrema dificultad. Es por eso vital la activa participación de las comunidades musulmanas occidentales. Ellas son las más afectadas, pues cada vez parecen más sospechosas. Ellas, que permanentemente declaran que el islam es una religión de paz, deben hacer agresivas campañas entre sus jóvenes para contrarrestar las de los yihaistas. Ellas deben tomarse las calles en defensa de los principios multiculturales de los países que las han acogido. Ellas deben denunciar a los sospechosos. Sin su colaboración, detener a estos rabiosos lobos será prácticamente imposible.
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