Hay secuestros que nunca se resuelven, la víctima permanece en poder de su plagiario eternamente y lo saben conformes todos y lo admiten en cómplice silencio. Es el secuestro del olvido. Es esa la tragedia de Eduardo Talero Núñez, el poeta de Neuquén, ese paisaje palíndromo fundado por el paisano condenado al ostracismo por oponerse a la política de regeneración impuesta por su tío Rafael Núñez y liberado del paredón de la muerte gracias a los ruegos de su madre, Betsabé Núñez, quien conmueve a su hermano para que le conmute la pena de muerte a su sobrino por el destierro.
Este vate colombiano enclaustrado en “La Torre Talero”, construida en la “Zagala” para marcar un hito en el nuevo paraje, recibió el abrigo de los gauchos y compartió la inspiración de sus colegas -Rubén Darío, Amado Nervo, J.M Vargas Vila- y como gitano huérfano de patria deambuló el continente en busca de su satisfacción insatisfecha.
Precoz abogado externadista, inquieto explorador del orbe político constitucional del continente, recibe encargos diplomáticos de naciones hospitalarias y por último termina como la mano derecha del señor Carlos Bouquet Roldon, gobernador de la provincia de Neuquén, después de haber sido argentado como ciudadano del mundo en la Patagonia.
Sumido en la tristeza que el ver la tragedia de Zainuco le provoca, Eduardo se desahoga en extraordinaria catarsis poética, una reacción heroica y rebelde propia de su estirpe, esa naturaleza que lo congenia con el panfletario Vargas Vila, el autor de "Los divinos y los humanos" que cuando muere el déspota de "El Cabrero" no tiene reato alguno en escribir: “Los rasgos distintivos de la neurosis de este político fueron: el orgullo y la venganza. Ellos lo condujeron a cisma liberal, de ésta a la traición y de la traición al despotismo. Empujado por el viento de su ambición, se despeñó de la cima de sus sueños y despertó en el abismo”. La misma reacción literaria asume el desterrado y desde Costa Rica, en ese momento de su historia, escribió: “Con sus garras agudas de Milano/y al sentir de la muerte el desvario/Dicen que él al pueblo amenazó, sombrío, Un criminal decrepito tirano”.
Pero no fue solo su espíritu contestatario el que lo estimuló en su siquis, Talero original e instintivo poeta desde niño, quizás por su genética, al igual de Arthur Rimbaud, desde mozo se inspiraba y su emoción libinidosa lo deslumbraba y subvertía. Una colección de poemas publicada en 1898, en Buenos Aires, da testimonio de su arrebato: “No más pasiones yertas, polares, /no más terneza; Quiero vigor, /quiero en ardores caniculares/fundir la nieve del corazón.” O este otro verso más sentido y sincero: “Deja mujer que bese tus labios rojos/ y que oprima tus formas entre mis manos/antes de que en la tumba con tus despojos/hagan banquete opíparo los gusanos./” La muerte y la carne lo motivaron.
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