ESENCIA
Una sola humanidad

Somos una sola humanidad. Esto, que parece obvio, sigue siendo en muchos casos más un deseo con el que se piensa que una realidad tangible.

El pasado nueve de agosto se celebró el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, marco en el cual el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, entregó los primeros premios anuales a los campeones mundiales en el trabajo por la eliminación del racismo. Los galardonados conforman un conjunto de líderes de la sociedad civil, quienes con gran valentía han promovido los derechos humanos de personas de comunidades étnicas, raciales e indígenas marginadas y han hecho ingentes esfuerzos por terminar la discriminación, la xenofobia y el racismo sistémicos en distintas latitudes. 

Los reconocidos este año fueron Kari Guajajara, de Brasil; Rani Yan Yan, de Bangladés; Saadia Mosbah, de Túnez; Sarswati Nepali, de Nepal; Victorina Luca, de Moldavia; y mi querido Oswaldo Bilbao Lobatón, de Perú, compañero en el Campo Virtual Latino, en particular en la Comunidad de Práctica sobre lo Rural.  Oswaldo ha trabajado por más de cuarenta años por los derechos, reconocimiento e inclusión de la población afroperuana y actualmente hace parte de la

Coalición Internacional para la Defensa, Conservación, Protección de los Territorios, el Medio Ambiente, el Ordenamiento Territorial y el Cambio Climático de los Pueblos Afrodescendientes de América Latina y el Caribe.

El racismo, infortunadamente, sigue vivito y coleando. Parece que se nos olvida con mucha frecuencia que provenimos de la misma matriz, que de acuerdo con la historia está en África y que las tradiciones sagradas de sabiduría ubican en una plantilla divina.  Sea que elijamos la historia o la espiritualidad, encontraremos el mismo origen. Somos esencialmente iguales.

La Modernidad sigue dividiéndonos: el antropocentrismo blanco de hace quinientos años -que en España expulsó a moros y judíos, muchos de quienes se camuflaron y siguieron en la península Ibérica y también llegaron a América- sigue presente. De esos españoles, blancos, moros y judíos, aquí llegó de todo. Y se masacraron indígenas, se trajeron esclavos negros; y fueron marginados, excluidos. Como ocurre hoy.

También se cruzaron. De esa mezcla derivamos todos, sin importar el color de la piel, el grosor de los labios, el ancho de la nariz o la textura del cabello. Si a cada uno se nos practicara una prueba de ADN nos daríamos cuenta de la mixtura. ¡Y nos percataríamos de que la pretendida superioridad es una falacia, pues estamos hechos de lo mismo! ¿Y qué si no resultásemos tan mezclados? Son nuestros egos los que discriminan, excluyen, se burlan de las diferencias, los que comparan por arriba o por abajo.

Podemos salir de ese juego de exclusión. Tenemos derecho a crecer, como una sola humanidad.

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