BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD
El Acuerdo de la esperanza

Hay que cimentar la presunción de buena fe y creer en la intención sincera de la paz, pero eso no es bastante. Necesario es que  el pueblo  deponga las armas y he ahí el problema. El resentimiento que se anida en el inconsciente colectivo es la causa última de la violencia que azota al país e impide su reconciliación,  empezando por el genocidio del colonizador.

Recordemos la guerra de los comuneros o la “Época del Terror” declarada por Morillo en su afán por la reconquista y de ahí en adelante todos los trances políticos que a “sangre y fuego” se ha intentado solucionar con acuerdos pasajeros  de paz, convenidos para satisfacer privilegios, nunca a la comunidad nacional.  Miremos: los conflictos de la década de 1821 que culminan con la muerte moral del Libertador.  Desde “Las Juntas de Apulo” (1831) y hasta nuestros días,  la historia de la Republica es la historia de la guerra y la paz.  Santander fue objeto de un atentado; en 1840 se suscitaron bretes que culminan con las batallas de “La culebrera”  y Huilquipamba.; el General José María Melo (1854) se toma el poder y es  derrocado por la fuerza y los conjurados  indultados, “muchos de los cuales eran reos de crímenes atroces”. 

En esa década 1850-60, ocurrió La Revolución de los artesanos;  en los primeros días de 1860 estalla la guerra civil que culmina  en diciembre de 1862, después del tratado de Yomasa. La Constitución laica de 1863, con la expropiación de los bienes del clero,  dividió al país político y religioso; el desorden y los púlpitos alimentaron la insurrección. Honda, Cogotes, Santa Bárbara, Sonsón, Cartagena, La humareda, entre otras, fueron   guerras intestinas  por la propiedad de la tierra y el poder. ¿Y para qué seguir con el Siglo XX? Con prólogo tan dramático: la Carta del 86 y  los motines de 1892 y 95 y  la conflagración de los mil días, causa de la pérdida del Canal de Panamá;  o ¡la matanza de las bananeras!

El plebiscito de 1957 convocado para alcanzar la paz instauró la guerra. Muchos  acuerdos de paz registra la historia, pero ninguno  ha erradicado  el conflicto. La Constitución nunca ha regido, mucho tilín tilín y nada de paletas. Un problema social  insoluble de injusticia reina hace doscientos años.

Ahora tenemos la esperanza de que la Reforma Rural Integral siembre la paz, que no se conseguirá únicamente porque la insurgencia entregue sus armas. Hay que sanar el corazón envenenado del pueblo y su dirigencia con una terapia colectiva; para esa cura eficaz hay que remover las causas de la  injusticia política  “histórica” para hacerle coro a Juan Manuel.  

Promover una democracia real y efectiva, sembrar  amor, la educación,  fulminar la discriminación social indolente,  el odio, la venganza, la envidia, la miseria, la intolerancia y todas las taras atávicas de esta nación, taras contagiadas por el inicuo e inhumano invasor de 1492.