Dice ayer la señora Holguín, canciller de la República, en entrevista a El Tiempo que Colombia “no puede ser partícipe del tráfico de migrantes”. Una frase más de esta funcionaria farsante, ignorante y torpe. Palabras destinadas a integrar la compilación de referencias descontextualizadas suyas de realidades inexistentes que la han hecho famosa dentro y fuera del país.
Al brindar refugio a quienes huyen de regímenes tiránicos como el cubano -donde pasa vacaciones con frecuencia la señora en su rol decadente de huésped dilecta de los déspotas asesinos y narcotraficantes de que tanto gusta- Colombia no se haría cómplice del tráfico de refugiados. Como no lo fueron al Papa Pío XII y su secretario Luigi Maglione al extender pasaportes vaticanos -documentos falsos- y salvar de las garras de Hitler y Stalin [a quien se rinde culto en La Habana]. O Raoul von Wallenberg, el legendario diplomático sueco que salvó la vida de miles de judíos húngaros con supuestas violaciones a la ley austríaca, cuya epopeya humanitaria fue inmortalizada en la película protagonizada por el actor Richard Chamberlain en 1985.
Lo han dejado en claro Corte Internacional de Justicia, Corte Europea de DD.HH. y Comisión de Derecho Internacional: la violación de normas migratorias cede ante los derechos a la vida y a la libertad. En este espíritu se asienta la política de puertas abiertas desplegada por la canciller [conservadora demócrata-cristiana] Ángela Merkel y otros gobiernos europeos como el belga, el neerlandés y el austríaco. También el Departamento de Justicia de EE.UU.
Dos obras recientes que se vienen discutiendo entre expertos en derecho internacional ponen el dedo en la llaga. Uno de ellos es Strangers at our Door de Zygmunt Bauman [Polity 2016] y Enduring Uncertainty: Deportation, Punishment and Every Day Life de Ines Hasselberg [Berghahn, 2016]. Ambos coinciden en un hecho: las dinámicas emergentes de deshumanización y la erosión del tono moral actual está ligado en forma íntima al fenómeno de la deportación.
La migración -escribió el historiador Arnold Toynbee- es lo único más antiguo que la prostitución. El primer caso a gran escala -en Persia, 600 años antes de Jesucristo- llegó a casi 300.000 personas. Considerada la población de entonces se trató de un movimiento demográfico de naturaleza tectónica. Los flujos migratorios son ni más ni menos que el decurso histórico de las civilizaciones. A esta conclusión llegó un grupo de trabajo especializado de la Universidad de Leiden y el Fletcher School of Law & Diplomacy. Y emerge una nueva norma de derecho imperativo, jus cogens, lo que debe significar para la señora Holguín una receta más de sancocho valluno: las deportaciones colectivas están prohibidas. Punto.
Así lo dejó en claro la Corte Europea de DD.HH. A cada refugiado se le debe iniciar y terminar proceso individual. Esgrimir que, por ser obra de traficantes el ingreso de refugiados, el país receptor puede expulsarlos, es violación al derecho internacional. Es tanto como si a las prostitutas se les castiga por ser objeto del comercio de trata de blancas.
¿Qué hace el Ministerio de Relaciones Exteriores tramitando derechos de asilo y refugios? ¿Qué hace en vigilancia transfronteriza? ¿Qué diablos hace la tal dependencia Migración Colombia operando como dependencia de la Cancillería? En todo el mundo estas funciones han sido asumidas por órganos independientes, regidos por criterios netamente técnicos, ajenos por completo a los criterios cambiantes de las relaciones internacionales.
Pero la señora que dirige la Cancillería sabe que hay que perseguir cubanos, desaparecerlos y eliminarlos, si ello le fuera dable. Porque son testimonio doloroso de la dictadura oprobiosa a cuyo amparo hipócrita se ha desarrollado la farsa de los diálogos de paz. Un simple decoro hacia la tierra de sus antepasados canario-cubanos la debería obligar. Pero esto le importa un higo, pues su prioridad es vivir y sacar jugo a la chanfaina.
- Inicie sesión o regístrese para enviar comentarios