En La Candelaria, Bogotá, en los años cincuenta, existía un colegio que se anunciaba: “Liceo Pio XI, para varones”. Época en la cual los colegios mixtos se censuraban. Eran pocos los que acogían a niños y niñas. Muchos argumentos se aducían para justificar esta discriminación. Funcionaban internados escolares con la misma condición. Esta selección forzada de género se cubría con discursos morales pero patrocinaba conductas homosexuales en ese periodo adolecente que se caracteriza por la excitación incontrolada, estimulación fisiológica aprovechada por algunos maestros para satisfacer pasiones hipócritas. ¿Cuántos de esos jóvenes terminaron, finalmente, traumatizados por esas experiencias? Ese fenómeno se advierte en los establecimientos carcelarios, aquí y en Cafarnaún.
El asunto se evoca por esa guerra homofóbica desatada por fanáticos “heterosexuales” que cerrados a la banda mezclan sus frustraciones con los odios y la política oportunista para desde su púlpito pronunciar sermones mojigatos. Esa misma actitud se observó en la década de los sesenta cuando las mujeres salieron a reivindicar sus derechos y a reclamar la libertad sexual. La necesidad de placer sexual, admitida social y moralmente por igual entre hombres y mujeres, a partir de la revolución de los 60’s, patrocinada por los anticonceptivos y otros factores económicos, se ha involucrado en la relación de pareja con tal intensidad que dejando la mujer de jugar su rol de objeto sexual para intervenir como sujeto, esa metamorfosis incentiva otras expresiones instintivas y congénitas.
La homsexualidad latente, explicada por el profesor Freud, negada por personajes como el “chalán del ubérrimo”, o el “savonarola del piso 18”, es una impulsión que suele provocar reacciones defensivas inconcientes, causantes de la “homofobia”. La historia de la sexualidad es la historia de lo indescifrable; encierra la condenación de la mujer al dominio del macho pero también la aceptación por parte del hombre a esa dependencia insoluble. Esa relación mágica, en estos tiempos cambia sus equilibrios y se inclina hacia nuevas formas antes condenadas y ahora sublimadas que producen afeminamientos masculinos y hombrunos femeninos, pero siempre afectos al poder, un poder de tal contundencia que no repara en límites morales o éticos siempre que la necesidad instintiva de satisfacción se torne inaplazable. Tal vez sea esta la razón por la que Michel Foucault haya expresado que “vendría una sociedad de peligros, en la cual la sexualidad sería una especie de peligro errante, un "fantasma".
De todas maneras, al advertir la furia desatada por los que atacan cualquier pedagogía de respecto a la diferencia, se supone que ninguna solución racional se podrá promover sin llegar a conflicto y en ese orden de dialéctica beligerante y agresiva podría pronosticarse otra vez el holocausto de Sodoma y Gomorra. Una bravuconada que no respeto a los ancianos ni a los niños, arrasó con todos, como en Hiroshima y Nagasaki. No obstante, hay quienes sostienen que el castigo no fue para reprimir a los homosexuales, sino a los violadores de los derechos.
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