La semana pasada se desató un escándalo nacional por cuenta de una cartilla del Ministerio de Educación que, con la excusa de promover el respeto y la tolerancia, entraba en terrenos que generan un profundo debate. Las reacciones histéricas de los dos extremos no han permitido que el país reflexione sobre la importancia del asunto.
La Ministra Parody, con la ayuda de Colombia Diversa y la Organización de Naciones Unidas, aprovechando la sentencia de la Corte Constitucional sobre el llamado “Caso Urrego”, redactó una cartilla para incluir su perspectiva de género en los manuales de convivencia de los colegios públicos y privados.
Cuando algunos rectores denunciaron los hechos se armó el escándalo. Al principio la Ministra negó la existencia del documento, después apareció la publicación de la cartilla con logos institucionales, su registro en la Cámara Colombiana del Libro y los contratos del Ministerio. Ante tal evidencia, el Gobierno salió a decir que la ONU, de manera abusiva, había publicado el documento sin su autorización.
El pecado original estuvo en mentirle al país, en haber negado lo evidente, hubiera podido defender su postura y dar un debate, polémico, pero válido. La Ministra intentó meter un gol por debajo de la mesa, sin discutir con padres de familia, profesores y estudiantes, la nueva “perspectiva” que traía la cartilla. Al mentir, no había claridad sobre lo sucedido y hubo lugar a desinformación y más mentiras. Hasta el Presidente tuvo que salir a desautorizarla.
La reacción fue espectacular, salimos a las calles miles de personas. El Gobierno estaba tocando fibras profundas de nuestra sociedad, se percibió como un acto violento frente a las creencias alrededor de la familia y del papel de los padres en la educación de sus hijos. Hubo desadaptados que aprovecharon la situación, manchando una legítima y espontánea protesta, con mensajes homófobos contra la Ministra, con insultos y mentiras.
Nadie discute si debemos enseñarle a los niños a ser respetuosos y tolerantes ante la diferencia. Nadie puede ser discriminado, mucho menos un niño, por ser discapacitado, por creencias políticas o religiosas, por el color de su piel, por su condición sexual, ni por ser gordo o flaco.
La discusión es quién, cómo y cuándo debe educar a los niños frente a su sexualidad. El Estado no se debe meter en ciertos aspectos del desarrollo de la sexualidad, ni con crucifijos ni con ideología de género, debemos permitir que los niños se desarrollen, libre y espontáneamente, enseñándoles a cuidar y respetar su cuerpo y el de los demás.
Ni la homosexualidad es contagiosa ni la genitalidad es una construcción social. A los niños hay que educarlos para ser libres y felices. Que el Estado, ni la Iglesia, ni los “progresistas” se metan, que los dejen desarrollarse y ser como ellos quieran ser, que vivan y dejen vivir.
La Ministra no puede aprovecharse de su cargo para imponer sus creencias, mucho menos sobre los hijos de los demás. Vale la pena recordar que, los fanatismos, ambientalistas, animalistas, de género, políticos y religiosos, tienen la misma raíz. Si queremos que los niños sean tolerantes, alejemos a los fanáticos de la educación de nuestros hijos.
@SHOYOS
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