¿Qué han hecho países como España, Estados Unidos, Chile, Inglaterra, Canadá, por citar a algunos, con los miles de colombianos que les han llegado en los últimos años en forma legal o ilegal? A la larga, recibirlos, ayudarles, acogerlos y hasta hacerse los de la vista gorda para no tener que sacarlos corriendo por uno que otro malhechor que se cuela en las olas migratorias. Como dice el Evangelio frente al hombre que le fue perdonada una gran deuda, pero no perdonó al que le debía una pequeña cantidad: (Colombia) ¿No deberías hacer tú lo mismo? (con las personas que están huyendo de sus países por la miseria en Haití, la dictadura de los Castro, el hambre generada por Maduro).
¡Cómo se le puede ocurrir a alguien de nuestro Gobierno siquiera pensar en devolver a estos pobres cubanos a ese país de terror y torturas o a estos pobrísimos haitianos a esa nación eternamente empobrecida! Lo humano es ayudar, como hemos sido ayudados de tantas maneras. Y tampoco es posible resignarse a mirar cómo estas gentes emprenden el camino de las selvas que unen y separan a Colombia y Panamá. Cuando hay personas que están en condiciones de tanto despojo y desamparo, nuestro Gobierno y nosotros como nación debemos estar por encima de la simple ley y buscar la manera de dar una mano efectiva a quienes quieran permanecer en nuestra patria. ¿O será que también La Habana está pidiendo, para amparar el proceso de paz, aplastar aquí a sus disidentes?
Los inmigrantes, hoy agrupados sobre todo en Turbo, Antioquia, son ante todo personas y nunca una persona es ilegal. Y habría que examinar si huir del hambre, la opresión, la confiscación, no está por encima de toda frontera y nacionalidad. Un país como Colombia tiene que ser capaz de tomar posición ante los estados y gobiernos que pisotean a la gente. No podemos ser una especie de camaleón que va tomando el color que más le convenga a cada momento. Sería una verdadera vergüenza que Colombia terminara arrojando a los inmigrantes al mar, dejándolos a su suerte o depositándolos en aeropuertos cubanos o venezolanos para que sean aniquilados sin compasión. Cuando está en juego la vida y la dignidad de las personas, toda ley debe esperar si no favorece protegerlas. La Canciller ha estado dudosa cuando habla de estos inmigrantes, luego ella sabe y no quiere arrojarlos a su mísera suerte. Debería jugarse su puesto protegiendo a esta pobre gente y pasar a la historia del país con un motivo, el más grande: salvar personas de la muerte segura.
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