¡Cómo nos estaba haciendo de falta una semana como la que hoy se inicia en Bogotá, Villavicencio, Medellín, Cartagena y todo el país! En términos espirituales la podemos llamar semana de gracia. En términos profanos una semana especial. En términos colombianos unos días de bendición. Todo eso y mucho más. Por fin nos visita alguien realmente importante para todos y a quien sí vale la pena escuchar con alma y corazón. ¡Qué bueno saber que el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes, el sábado y el domingo que vienen nos pondrán en una atmósfera distinta, gozosa, esperanzadora! Estará entre nosotros realmente Jesucristo en la persona del sucesor del apóstol Pedro y cabeza de la Iglesia universal. Ya hoy se siente en el ambiente un aire como de liberación de tanta cosa negativa y pesada que suele llenar esta patria adolorida de oficio. El miércoles estará pisando tierra colombiana y bogotana el Papa Francisco.
Cuando Dios quiso hacerse más visible que nunca se hizo carne en Cristo y la humanidad escuchó de sus propios labios la Palabra de Él. La palabra es el instrumento preferido de Dios y envía sus profetas a que la pronuncien en nombre de Él. La gracia de esta semana será mayor si cada hombre y cada mujer le ponen toda el alma a escuchar al Papa Francisco. ¿Nos dirá cosas que no sabemos? De ninguna manera. Pero las dirá con la autoridad apostólica que le es propia de su misión. Y las dirá, también, creo yo, con su buen estilo comunicativo que hace que todos entiendan y que ninguno pueda hacerse el loco en temas importantes. Y quien escucha lo que viene de Dios con fe y apertura de corazón, siente rápidamente los efectos de ese verbo fuerte y efectivo. La gracia de esta semana, es decir, la presencia de Dios, pasa, entonces, en primer lugar, a través de la escucha.
Pero la gracia pasa también por otros muchos medios que Dios ha dispuesto, en el caso de Bogotá, en forma abundante. Desde ayer está en la catedral de esta arquidiócesis la imagen renovada y milagrosa de la Virgen de Chiquinquirá y está ahí para ser contemplada, para orar ante ella, para pedirle, para darle gracias, para consagrarse. Y la rodean numerosos sacerdotes, ora celebrando la eucaristía, ora ofreciendo el sacramento de la reconciliación.
Y frente a la catedral, más limpia y bella que nunca, (aunque siempre amenazada por las palomas, que tienen más fuero que un expresidente), una plaza que tantas veces no sirve sino para el insulto nacional, estará abierta para que miles de jóvenes se dejen bendecir del sumo pontífice, lo escuchen, lo aclamen y se sientan libres ante alguien que, en nombre de Cristo, no les puede ofrecer sino amor, comprensión y cariño. ¿Y quién está pidiendo más? Y, después, en el Parque Simón Bolívar, la eucaristía, “milagro de amor, presencia del Señor”. Es como si a Bogotá esta semana le cayera encima un suave rocío celestial para que por una vez volvamos a sonreír. ¡Bienvenido, Santidad!
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