La coyuntura de la promoción del plebiscito planteado al pueblo, acerca de su aceptación de los acuerdos de paz convenidos por el Gobierno en las deliberaciones de La Habana, ha desatado la confrontación que se debate en todos los medios, ocasión que sociológicamente debe aprovecharse para descifrar el inconsciente colombiano, ahora estimulado por la exaltación de la guerra verbal.
Para empezar el análisis, con una prescripción folclórica retrato del sentimiento colectivo, invocar un verso de Julio Jaramillo, ruiseñor de América, cantante popular, puede ser útil: “Ten presente de acuerdo a la experiencia, que tan solo se odia lo querido”. (Ambivalencia, Eugen Bleuler). Contrasta esta canción del pueblo con la fe católica que se dice profesa esta nación. Resumiendo el punto que se debate, el discurso de quienes se oponen a la paz acordada se funda en la necesidad de rechazar la impunidad. En otras palabras, la condición es que haya pena para los insurgentes. Esta concepción de la vida tiene un fundamento instintivo: Thanatos, todo lo contrario de Eros, de aquel personaje griego derivase la envidia y la violencia, por el contrario su opuesto es el placer y el amor, semillas de la sociedad.
Lo que se advierte en el enfrentamiento actual es el discurso del odio, “el fuego”, una motivación que tiene raíces históricas lejanas. La injusticia colectiva sufrida por el pueblo ha alimentado la envidia, el resentimiento causado por la discriminación y el maltrato sufrido. Naturalmente que esa frustración ha creado una conciencia colectiva que se manifiesta con violencia, violencia que no es otra que la expresión del odio y la venganza. La negación del amor.
Ese divorcio entre la supuesta “fe religiosa” del pueblo, dogma que predica el perdón, y la necesidad de la venganza, ha sido estimulado por la disciplina estatal impuesta por el derecho penal, retórica alejada del humanismo cristiano y de las tendencias filosófico jurídicas que se atreven a discutir la bondad del sistema de privación de la libertad como opción válida de justicia, si esa “violación” no se funda en una valoración social de la conducta “ilícita”.
“Se odia lo querido”, dice Julio Jaramillo. ¿Qué es lo querido? Lo que nunca se ha podido alcanzar: la felicidad. Es la envidia sembrada en el inconsciente colectivo por la competencia y la sociedad de consumo.
¿Cómo rebatir la perorata escuchada ahora? Pepe Mújica, entre sus muchas frases famosas, tiene una que se puede invocar: “Venimos a la vida a ser felices”. Haciéndola más real, se diría que hay que promover la alegría, el vivir éticamente contento; pero si apelamos al discurso del Jorge Mario Bergoglio, el líder de los católicos de este pueblo, hay que predicar la renuncia a la venganza, el amor al prójimo, la lealtad a los principios de la Fe en Dios y no escuchar a los mefistófeles que tienen mentes enfermas y legua de fuego.
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